Mauricio Víquez Lizano

Mauricio Víquez Lizano

Con frecuencia uno contempla cuanto ocurre en nuestro país e, irremediablemente, se llega a pensar que muchos actores decisivos del quehacer nacional actúan con  intenciones tales que su proceder linda con la deslealtad o, al menos, con la falta mas dramática de sentido común y de amor a la patria.
Hace poco leí una frase del poeta suizo Gottfried Keller que decía: “Respeta la patria de cualquier hombre, ¡pero la tuya, ámala!”.
No estoy tan seguro cuánto hemos enseñado  a las nuevas generaciones a amar a su patria.
Amar eso que es como “un estado del alma” en el decir de García Monge. Eso que es sobre donde nos asentamos y somos.
Rui Borzosa decía: “la patria no es ninguno, son todos (…) La patria no es un sistema, ni un monopolio, ni una forma de gobierno: es el cielo, la cuna de los hijos y el túmulo de los antepasados, la comunión de la ley, de la lengua y de la libertad”. Y mas adelante, este autor agregaba respecto de la patria: “los que (sirven a la patria) son los que no envidian, los que no conspiran, los que no se desaniman, los que no enmudecen, los que no se acobardan, sino los que resisten, pero enseñan, se esfuerzan, pacifican, discuten, practican la justicia, la admiración, el entusiasmo”.
Todo un ideal de vida personal y colectivo, sobre todo, en contextos como el nuestro en que tantos se creen dueños de la patria, envidian y conspiran, enmudecen siendo cómplices de cuantos no sirven a la patria, sino que la dañan de continuo.
Hoy los costarricenses que compartimos esa condición de ciudadanos que nos parecemos hacia adentro y nos distinguimos hacia fuera, casi no sabemos de servicio a la patria. Desanimados y mudos, somos bastante cobardes hasta para defender el territorio donde esa nación se asienta.  Costarricenses somos que, marcados por la pereza, ni nos esforzamos, ni discutimos, ni optamos por el entusiasmo como clave para salir adelante de la etapa de nuestra historia mas marcada por la desidia y la indiferencia de los hijos de una suelo que parece andar por el tiempo sufrido y sin el celo de los que lo moran excepto cuando se trata de cuestiones de futbol o alguno que otro logro mas, casi siempre, individual y deportivo.
Amar la patria, fomentar ese estado del alma y optar por esa realidad que no es ninguno sino todos, no se improvisa.
Optar por la patria no es nacionalismo a ciegas. Es sentido patrio responsable y realista. Hemos perdido mucho el tiempo sin fomentar esta virtud ciudadana pero no es tarde. Si no deseamos mas el perfil ciudadano que hoy tenemos, hemos de apurar las medidas necesarias para que, de cara al mañana, nuestra nuevas generaciones se den cuenta de que lo nuestro es mejor y, de paso, es único y nuestro.
Con frecuencia uno contempla cuanto ocurre en nuestro país e, irremediablemente, se llega a pensar que muchos actores decisivos del quehacer nacional actúan con  intenciones tales que su proceder linda con la deslealtad o, al menos, con la falta mas dramática de sentido común y de amor a la patria.
Es curioso que, de alguna manera, en nuestro medio, el considerarse o no feliz tenga que depender de los criterios derivados de una realidad tan lejana como la propuesta entre nosotros, hace pocas semanas, por algún estudioso de Bután.
Buen gobierno, sostenibilidad, preservar la cultura, cuidar el medio, usar bien el tiempo o animar comunidades guiadas por buenos gobiernos locales parecerían como las claves para ser felices.
¿Será realmente así?
Me parece que falta una cosa decisiva. Se trata de la cuestión del sentido. Hoy, que la vida del ser humano transcurre entre la tecnoeconomía y la búsqueda del sentido, parece que todo se redujera a una vía doble: o vivir funcionalmente o dar orientación y significado a las tareas, a las luchas y a los mismos logros.
El ser humano solo inmerso en lo funcional y eficaz, en lo productivo y rentable, es claro que no llega a ver otras dimensiones de su vida e historia.
Necesita así ir mas allá de lo puramente inmediato y útil. De ahí que esté siempre en búsqueda de algo más, el sentido de su vida. Pero para él vale lo instrumental, lo funcional, lo constatable y lo empírico. Ello lo pierde y le hace oscura la respuesta del “¿para qué?”
A veces, es tal su miopía, que el ser humano de hoy se llega a desencantar y, por mas buen gobierno y sostenibilidad que tenga, por mas salud y educación que inunde su vida y por mas sano medio ambiente que le rodee, deja de mirar mas allá de sus narices y se desorienta.
Allí es donde entra en escena aquello que le permita responder a su anhelo último. Su necesidad de evocación y de analogía es lo que le permitirá no desencantarse de su realidad y de su vida. El reto se plantea como un evitar a toda costa ser presa de la superficialidad.
Una vez Carlo Carreto decía que la aventura humana tenía respuesta solo “más allá de las cosas”. La sed de sentido y la sensación de vacío en que puede desembocar el vivir del ser humano de hoy se puede subsanar. Pero para ello, para llegar a una verdadera Felicidad Interna Bruta, la búsqueda del gozo pleno sólo se puede construir sobre la base de una experiencia religiosa sana y madura. La experiencia de los pueblos a lo largo de la historia lo demuestran.
Es curioso que, de alguna manera, en nuestro medio, el considerarse o no feliz tenga que depender de los criterios derivados de una realidad tan lejana como la propuesta entre nosotros, hace pocas semanas, por algún estudioso de Bután.

Hace algunos años, en tiempos en que iba a clases de derecho penal con el don Luis Paulino Mora, había una palabra que, como es sabido, en ese campo del saber jurídico es clave, me refiero a la palabra “impericia”.

 

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De cara al viaje misionero de Benedicto XVI a México y Cuba todo ha sido tan apabullante y tan lleno de brillo que ciertos enfoques del mismo no han podido  aparecer  siendo mas que enfoques toscos, desafortunados y marcados por la mala fe.
La República ubicó en su editorial un texto brillante, pausado y bien construido acerca del significado de la presencia de Benedicto XVI en América Latina el continente de la esperanza. De gran lucidez la reflexión del editorialista que, con mucho cuidado e información, plasmó un análisis serio de todo lo que podía esperarse de un viaje que, tal y como las evidencias lo han demostrado, traía consigo expectativas de luces y de alegría para los pueblos cristianos que peregrinan por nuestro subcontinente. Los retos, claro está, no faltaban.
En cambio, otro medio como es el caso de La Nación, del modo mas sorprendente, obvió todo lo decisivo del viaje evangelizador del Papa Teólogo y se dedicó a hablar una y otra vez de abusos, sexo, pedofilia, complots, etc. Para este diario el viaje fue solo eso. Todo lo esencial de los mensajes, de la euforia de los fieles, de la profundidad de las reflexiones y celebraciones no contó para nada. De feria, se agregó un reportaje acerca de los dimes y diretes de unas maquinaciones que solo Dan Brown podría igualar en creatividad e inexactitudes incluso, en la más elemental terminología eclesial.
Es obvio que la perspectiva correcta para leer todo cuanto ha ocurrido en estos días en el recorrido pontificio es la que hemos visto, oído y admirado en vivo. La República no ayudó a tener un criterio de lectura, lo demás evidentemente no. Los hechos, sin embargo, nos llevan a desechar ciertas elucubraciones enfermizas de algunos comunicadores y sus medios que, curiosamente, no ven ni siquiera lo que tienen enfrente. Les enferma, me parece, la verdad.
Las características del magisterio de Benedicto XVI, su impacto en medio de la andar de la Iglesia y sociedad, el dinamismo creativo que ha mostrado y su estilo tan propio, resultan realidades insoportables para mas de un medio de comunicación atacado de secularismo y ello, a veces, negando hasta sus mismos orígenes ideológicos. Ello se nota entre nosotros y a nivel global también.
Se impone una reacción crítica del católico usuario de los medios de comunicación. Se hace mas y mas necesaria una actitud menos complaciente. Sobre todo, cuando resulta tan extremadamente evidente la mala fe de un medio o su deseo de ensuciar por ensuciar, sea ello solo por afán amarillista o bien, por el deseo insano de crear polémica allí donde no la hay.
Depende del consumidor católico de información discernir, escoger y elegir solo lo que vale y es respetuoso, lo demás, se ha de hacer a un lado sin mas ni contemplación alguna.
De cara al viaje misionero de Benedicto XVI a México y Cuba todo ha sido tan apabullante y tan lleno de brillo que ciertos enfoques del mismo no han podido  aparecer  siendo mas que enfoques toscos, desafortunados y marcados por la mala fe.
Desde hace un tiempo tengo la oportunidad de colaborar ocasionalmente con la escuela que, en un marco de excelencia acreditada por el SINAES, se encarga en la Universidad de Costa Rica de formar a los futuros administradores públicos. El ambiente de trabajo allí es intenso, las inquietudes de los estudiantes son serias y diversas y, por supuesto, el deseo de prepararse bien es una constante en cada muchacha y muchacho que son parte de esta ejemplar escuela.
Sin embargo y paradójicamente, a veces quienes se preparan cuidadosamente para servir al estado costarricense, temen lo que el futuro les depare, sobre todo, debido a los altos índices de tentaciones generadas por tantos que, con oscuros intereses, buscan provocar en los funcionarios del estado procederes no siempre claros y no demasiado rectos.
En el marco de esta escuela, aparte de todo lo que los excelentes profesores procuran desde las aulas o lo que logra la competente dirección desde su labor, hay un  esfuerzo constante de parte de todos por mostrar un ideal a cada estudiante que, poco a poco, va aprendiendo su deber de servir a los ciudadanos con competencia, excelencia y transparencia. Esto se repite una y otra vez a lo largo de la carrera.
De esta manera no me cabe duda de que en el futuro debe surgir una generación de servidores públicos que, con una competencia comprobada, se animen también a alterar el clima de las instituciones hasta el punto de sembrarlo de integridad y transparencia desde una rendición de cuentas detallada que devuelva la confianza a unos ciudadanos que, como es sabido, hoy día experimentan un fuerte desconcierto y desilusión con respecto al servicio que reciben de algunos que laboran para el estado y sirven no tan bien a los ciudadanos.
Las ideas de excelencia en el servicio y de integridad probada deben ser constantes que se repitan una vez y otra también en el marco de la formación. Pero han de ser dos nociones que deben poder oír a menudo los que hoy ya sirven al país en las instituciones públicas. Esto es, cada mujer y hombre que, en el marco de una labor frecuentemente prejuzgada, se esfuerzan de día en día por romper con el llamado “ethos del burócrata” que encarnan algunos que así dañan la imagen de la abnegada mayoría.
Hace algún tiempo una campaña electoral habló “del menos malo”. Flaco favor se hizo a quienes hoy luchan desde las aulas o las mismas instituciones por mejorar el modo en el que la ciudadanía habla y piensa del funcionario. No hace mucho leí una expresión un poco mejor de un músico reconocido que decía “prefiero ser el peor de los mejores, que el mejor de los peores”. Tampoco es buena la frase del todo, pero no peor que la nociva frase de la campaña que aquí he recordado y esto porque, como es fácil de comprender, ser el peor de los mejores, al menos, mantiene a cada quien en el marco de lo reconocible como excelente.
Es importante felicitar el rumbo de la Escuela de Administración Pública de la Universidad de Costa Rica y desear que su esfuerzo pronto se note en una futura administración del estado excelente e íntegra. Los tiempos que vienen han de propiciar la desaparición de toda mediocridad y las campañas futuras solo podrán invitar a los ciudadanos a votar por el mejor de los mejores y no por el menos malo.
Desde hace un tiempo tengo la oportunidad de colaborar ocasionalmente con la escuela que, en un marco de excelencia acreditada por el SINAES, se encarga en la Universidad de Costa Rica de formar a los futuros administradores públicos. El ambiente de trabajo allí es intenso, las inquietudes de los estudiantes son serias y diversas y, por supuesto, el deseo de prepararse bien es una constante en cada muchacha y muchacho que son parte de esta ejemplar escuela.
En estos días han aparecido dos mensajes que, originados en instancias eclesiales, deben retomarse y no dejar que se pierdan por ahí en el olvido. Uno de ellos es un mensaje local, el otro, es del Papa a propósito del inicio de la Cuaresma.
Con  motivo de la 103° Asamblea de la Conferencia Episcopal Costarricense, los obispos de nuestras diferentes diócesis, han hecho público un mensaje que, en general, nos ofrece una serie de ideas que merecen, de sobra, detenernos en ellas para reflexionar.
Motivados por los encargos que, recientemente, les hiciera Benedicto XVI de cara a la evangelización en tiempos de cambio, los obispo de Costa Rica desean comprometerse de cara a aportar lo propio para sacar al país del impasse en que, a la fecha, se encuentra. Hacen ver cuánto les preocupa la crisis de la Caja Costarricense del Seguro Social, lo mismo que la tendencia actual de nuestro congreso a considerar proyectos de ley que están muy lejos de ser prioritarios de cara a las necesidades reales de nuestro pueblo y hasta un poco incongruentes con nuestra misma idiosincrasia.
Se alegran nuestros obispos diocesanos ante el inicio de un nuevo curso lectivo pero dejan claro dos datos: tener presente que la escuela solo colabora con los primeros educadores de los hijos que son los padres de familia y que, además, siempre será necesaria una educación sexual integral y una educación en la fe coherente con nuestra cultura plurisecular.
El tema de las dificultades con la familia no pasan de largo a la reflexión episcopal y proponen salidas en el proyecto “Familia y Juventud”, anuncian un Congreso Eucarístico Nacional para el 2013, animan a los catequistas de todo el país e invitan a estar pendientes de cuanto ocurra en la visita pastoral del Papa a América en los próximos días.
Una visita que, como es sabido, se producirá en medio del tiempo de cuaresma que nos pone, justamente, ante el segundo mensaje en el que deseamos fijarnos en este comentario, esto es, el mensaje cuaresmal de Benedicto XVI.
Se nos invita a fijarnos en el hermano, evitar toda forma de egoísmo y practicar la caridad fraterna, la ayuda mutua para ser como se debe de cara a la aventura de vivir la fe. Se trata de cuidarnos unos a los otros para que, en el marco de la vida eclesial y en cualquier necesidad posible –material o espiritual- podamos juntos salir adelante.
En la vida de fe y seguramente en toda faceta de la vida, el que no avanza, retrocede. Los obispos costarricenses nos animan a ir adelante como país, a proteger lo valioso que tenemos y a crecer en la vivencia de la fe. El Papa, por su parte, nos recuerda, en esta misma dirección, que para crecer en la coherencia, es necesario apoyarse mutuamente, sobre todo, en este camino hacia la Pascua que es la ruta cuaresmal.
Ojalá tengamos mucho éxito al asumir estos mensajes que, a la hora de las horas, pueden decir mucho no solo a los cristianos, sino también a toda mujer y hombre de buena voluntad.
En estos días han aparecido dos mensajes que, originados en instancias eclesiales, deben retomarse y no dejar que se pierdan por ahí en el olvido. Uno de ellos es un mensaje local, el otro, es del Papa a propósito del inicio de la Cuaresma.
A veces ocurre que surgen algunas noticias con respecto al mundo de la familia que algunos medios de comunicación tienden a celebrar de manera un poco enfermiza con titulares enormes y afirmaciones un poco apocalípticas.
Y, curiosamente, esos medios de comunicación son los mismos que, una y otra vez insisten en la condición de la institución familiar como célula esencial de la sociedad y se la pasan dando pistas para que todo en el seno familiar ande bien.
Mas, sin embargo, de cara a esas noticias, normalmente malas y sensacionalistas, parece que también celebran de modo particular cuando se trata del deterioro de esa realidad en la que los individuos crecen y se inician de cara a la vida social.
Recientemente, algunos diarios nuestros han dado a conocer con cierta algarabía la manera en que los matrimonios celebrados en este país fracasan.  Y, además, han difundido con aparente gran gozo el aumento de la uniones civiles con respecto a las eclesiásticas.
Curiosamente, no se han detenido a considerar la gravedad de tales realidades y las consecuencias trágicas para todos los actores de estos fracasos tan dramáticos para quienes pasan por la pena de vivirlos.
Los números son los números. Fríos y reducibles a uno que otro gráfico y nada mas. Pero la realidad tras los hechos descritos no son para provocar  ningún sentimiento de triunfo. Ninguna sociedad puede sentirse bien ante el fracaso de sus familias, pues ello solo es indicio de que se avecina su hundimiento.
Una sociedad con una familia enferma padece un mal gravísimo que le llevará a su fracaso y destrucción. La historia misma lo demuestra y aquí no caben reflexiones finas sobre tipos, subtipos y maneras de percibir la familia. Ella es lo que es, el andar histórico de la humanidad es un gran maestro que, con fuerza peculiar, dice qué es cada cosa y deja de lado disquisiciones mas o menos académicas que solamente buscan enredar el campo de la reflexión y buscar que se dirija la mirada hacia cuestiones no esenciales y que a la postre resultan mas que accidentales y sin la suficiente relevancia.
Ante los datos urge la acción correctiva. La defensa y el apoyo a la familia no se puede dejar para luego. Todas las fuerzas sociales que aún valoran la familia y creen en ella deben dar la lucha. Frenar la tendencia marcada por la cultura divorcista y antivida actual se impone como un imperativo. Retornar a construir familia desde la idea de matrimonio con un vínculo fuerte es impostergable.
La tarea se impone desde este momento. No desde mañana ni pasadomañana.
A veces ocurre que surgen algunas noticias con respecto al mundo de la familia que algunos medios de comunicación tienden a celebrar de manera un poco enfermiza con titulares enormes y afirmaciones un poco apocalípticas.
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