Mauricio Víquez Lizano

Mauricio Víquez Lizano

Luego de meses de abierta campaña de frente a temas muy concretos, algunos medios de comunicación ya han logrado su cometido, esto es, lograr hacer ver a los ciudadanos una cara de cuestiones muy concretas y polémicas que atacan, de manera directa, los cimientos de nuestra sociedad. Temas de esos que, en la perspectiva de algunos sociólogos clásicos, son esenciales de cara a lograr la cohesión de una sociedad.
El deber ser ético no lo dan las encuestas. Esto, lamentablemente, hay muchos que no lo comprenden. Incluyendo algunos medios de comunicación que, olvidando su deber de promover el bien común social, insisten a tiempo y destiempo en temas que, como sabemos, se alejan mucho de nuestra idiosincrasia o, al menos, de lo que queda de ella gracias, justamente, a la manera en que esos “mass media” la menoscaban de manera sistemática.
Lograr que los costarricenses cambien su perspectiva en torno a la familia, el valor absoluto de la vida no nacida, el matrimonio en cuanto realidad referida a un hombre y una mujer, lo mismo que sobre el valor del papel de servicio a la sociedad que ofrece la Iglesia, ha sido una labor de meses, casi de años. A fuer de repetir una y otra vez lo mismo, de destacar y magnificar algunas informaciones y crear polémicas artificialmente, hay que decir que el empeño de algunos medios ha sido existoso.
En esto, de manera particular, hay que destacar el curioso rol de periódicos nuestros que, en otros tiempos estuvieron al servicio de la derecha y que ahora, repentinamente, han girado a favor de temas que, tradicionalmente, son propios de periódicos al servicio de los ideales de la nueva izquierda en el mundo, esto es, la creación de un paraíso amoral en el que todo se vale y no caben límites ni propuestas que impliquen referencias a normas morales objetivas.
Los resultados recientes de la encuesta de UNIMER para La Nación, de ninguna manera sorprenden. Es el resultado de un paciente trabajo del patrocinador de esa misma encuesta. La misma solo ha confirmado el éxito de un medio para moldear la opinión pública a su gusto cuando se le deja hacerlo.
Lo que se impone ahora es la reacción. Indignarse no es solo cosa de los que exigen un nuevo orden mundial o de los que luchan por derechos sin deberes, o bien, de los que invocan en las calles derechos humanos que no son tales. Indignarse también es cosa de quienes miran cómo se impone una manera de pensar, se manipulan conciencias y se deforma a partir de tomar partido de cara a aquel  dicho popular que dice: “miente, miente que, al final, algo queda”.
Parece que la labor de rescatar el sentido común entre nosotros apenas comienza y se debe empezar cuanto antes.
Luego de meses de abierta campaña de frente a temas muy concretos, algunos medios de comunicación ya han logrado su cometido, esto es, lograr hacer ver a los ciudadanos una cara de cuestiones muy concretas y polémicas que atacan, de manera directa, los cimientos de nuestra sociedad. Temas de esos que, en la perspectiva de algunos sociólogos clásicos, son esenciales de cara a lograr la cohesión de una sociedad.
Luego de meses de abierta campaña de frente a temas muy concretos, algunos medios de comunicación ya han logrado su cometido, esto es, lograr hacer ver a los ciudadanos una cara de cuestiones muy concretas y polémicas que atacan, de manera directa, los cimientos de nuestra sociedad. Temas de esos que, en la perspectiva de algunos sociólogos clásicos, son esenciales de cara a lograr la cohesión de una sociedad.
El deber ser ético no lo dan las encuestas. Esto, lamentablemente, hay muchos que no lo comprenden. Incluyendo algunos medios de comunicación que, olvidando su deber de promover el bien común social, insisten a tiempo y destiempo en temas que, como sabemos, se alejan mucho de nuestra idiosincrasia o, al menos, de lo que queda de ella gracias, justamente, a la manera en que esos “mass media” la menoscaban de manera sistemática.
Lograr que los costarricenses cambien su perspectiva en torno a la familia, el valor absoluto de la vida no nacida, el matrimonio en cuanto realidad referida a un hombre y una mujer, lo mismo que sobre el valor del papel de servicio a la sociedad que ofrece la Iglesia, ha sido una labor de meses, casi de años. A fuer de repetir una y otra vez lo mismo, de destacar y magnificar algunas informaciones y crear polémicas artificialmente, hay que decir que el empeño de algunos medios ha sido existoso.
En esto, de manera particular, hay que destacar el curioso rol de periódicos nuestros que, en otros tiempos estuvieron al servicio de la derecha y que ahora, repentinamente, han girado a favor de temas que, tradicionalmente, son propios de periódicos al servicio de los ideales de la nueva izquierda en el mundo, esto es, la creación de un paraíso amoral en el que todo se vale y no caben límites ni propuestas que impliquen referencias a normas morales objetivas.
Los resultados recientes de la encuesta de UNIMER para La Nación, de ninguna manera sorprenden. Es el resultado de un paciente trabajo del patrocinador de esa misma encuesta. La misma solo ha confirmado el éxito de un medio para moldear la opinión pública a su gusto cuando se le deja hacerlo.
Lo que se impone ahora es la reacción. Indignarse no es solo cosa de los que exigen un nuevo orden mundial o de los que luchan por derechos sin deberes, o bien, de los que invocan en las calles derechos humanos que no son tales. Indignarse también es cosa de quienes miran cómo se impone una manera de pensar, se manipulan conciencias y se deforma a partir de tomar partido de cara a aquel  dicho popular que dice: “miente, miente que, al final, algo queda”.
Parece que la labor de rescatar el sentido común entre nosotros apenas comienza y se debe empezar cuanto antes.
Luego de meses de abierta campaña de frente a temas muy concretos, algunos medios de comunicación ya han logrado su cometido, esto es, lograr hacer ver a los ciudadanos una cara de cuestiones muy concretas y polémicas que atacan, de manera directa, los cimientos de nuestra sociedad. Temas de esos que, en la perspectiva de algunos sociólogos clásicos, son esenciales de cara a lograr la cohesión de una sociedad.
Es curioso que, de alguna manera, en nuestro medio, el considerarse o no feliz tenga que depender de los criterios derivados de una realidad tan lejana como la propuesta entre nosotros, hace pocas semanas, por algún estudioso de Bután.
Buen gobierno, sostenibilidad, preservar la cultura, cuidar el medio, usar bien el tiempo o animar comunidades guiadas por buenos gobiernos locales parecerían como las claves para ser felices.
¿Será realmente así?
Me parece que falta una cosa decisiva. Se trata de la cuestión del sentido. Hoy, que la vida del ser humano transcurre entre la tecnoeconomía y la búsqueda del sentido, parece que todo se redujera a una vía doble: o vivir funcionalmente o dar orientación y significado a las tareas, a las luchas y a los mismos logros.
El ser humano solo inmerso en lo funcional y eficaz, en lo productivo y rentable, es claro que no llega a ver otras dimensiones de su vida e historia.
Necesita así ir mas allá de lo puramente inmediato y útil. De ahí que esté siempre en búsqueda de algo más, el sentido de su vida. Pero para él vale lo instrumental, lo funcional, lo constatable y lo empírico. Ello lo pierde y le hace oscura la respuesta del “¿para qué?”
A veces, es tal su miopía, que el ser humano de hoy se llega a desencantar y, por mas buen gobierno y sostenibilidad que tenga, por mas salud y educación que inunde su vida y por mas sano medio ambiente que le rodee, deja de mirar mas allá de sus narices y se desorienta.
Allí es donde entra en escena aquello que le permita responder a su anhelo último. Su necesidad de evocación y de analogía es lo que le permitirá no desencantarse de su realidad y de su vida. El reto se plantea como un evitar a toda costa ser presa de la superficialidad.
Una vez Carlo Carreto decía que la aventura humana tenía respuesta solo “más allá de las cosas”. La sed de sentido y la sensación de vacío en que puede desembocar el vivir del ser humano de hoy se puede subsanar. Pero para ello, para llegar a una verdadera Felicidad Interna Bruta, la búsqueda del gozo pleno sólo se puede construir sobre la base de una experiencia religiosa sana y madura. La experiencia de los pueblos a lo largo de la historia lo demuestran.
Es curioso que, de alguna manera, en nuestro medio, el considerarse o no feliz tenga que depender de los criterios derivados de una realidad tan lejana como la propuesta entre nosotros, hace pocas semanas, por algún estudioso de Bután.
Es curioso que, de alguna manera, en nuestro medio, el considerarse o no feliz tenga que depender de los criterios derivados de una realidad tan lejana como la propuesta entre nosotros, hace pocas semanas, por algún estudioso de Bután.
Buen gobierno, sostenibilidad, preservar la cultura, cuidar el medio, usar bien el tiempo o animar comunidades guiadas por buenos gobiernos locales parecerían como las claves para ser felices.
¿Será realmente así?
Me parece que falta una cosa decisiva. Se trata de la cuestión del sentido. Hoy, que la vida del ser humano transcurre entre la tecnoeconomía y la búsqueda del sentido, parece que todo se redujera a una vía doble: o vivir funcionalmente o dar orientación y significado a las tareas, a las luchas y a los mismos logros.
El ser humano solo inmerso en lo funcional y eficaz, en lo productivo y rentable, es claro que no llega a ver otras dimensiones de su vida e historia.
Necesita así ir mas allá de lo puramente inmediato y útil. De ahí que esté siempre en búsqueda de algo más, el sentido de su vida. Pero para él vale lo instrumental, lo funcional, lo constatable y lo empírico. Ello lo pierde y le hace oscura la respuesta del “¿para qué?”
A veces, es tal su miopía, que el ser humano de hoy se llega a desencantar y, por mas buen gobierno y sostenibilidad que tenga, por mas salud y educación que inunde su vida y por mas sano medio ambiente que le rodee, deja de mirar mas allá de sus narices y se desorienta.
Allí es donde entra en escena aquello que le permita responder a su anhelo último. Su necesidad de evocación y de analogía es lo que le permitirá no desencantarse de su realidad y de su vida. El reto se plantea como un evitar a toda costa ser presa de la superficialidad.
Una vez Carlo Carreto decía que la aventura humana tenía respuesta solo “más allá de las cosas”. La sed de sentido y la sensación de vacío en que puede desembocar el vivir del ser humano de hoy se puede subsanar. Pero para ello, para llegar a una verdadera Felicidad Interna Bruta, la búsqueda del gozo pleno sólo se puede construir sobre la base de una experiencia religiosa sana y madura. La experiencia de los pueblos a lo largo de la historia lo demuestran.
Es curioso que, de alguna manera, en nuestro medio, el considerarse o no feliz tenga que depender de los criterios derivados de una realidad tan lejana como la propuesta entre nosotros, hace pocas semanas, por algún estudioso de Bután.
Vivimos tiempos en los cuales hay que tomar en cuenta dos realidades que son, últimamente, importantes.
Por un lado la aparición de algunos movimientos que, naciendo del seno de la sociedad civil, buscan expresarse de cara a algunos temas mas o menos secundarios y, por otra parte, la crisis de la gobernanza que parece cada día mas obvia entre nosotros.
Un movimiento social es una complejización de la política y del sistema de relaciones entre sujetos políticos, como dice Luis Tapia. Explicita tendencias, sentimientos, prejuicios, valores y fuerzas de sujetos sociales y políticos. Marcan estos movimientos un momento de conflicto mas o menos fuerte que lleva a la revelación de posiciones sobre temas diversos que, en otras condiciones, nos serían puestas de manifiesto.
Los movimientos son, mas o menos maduros, según la capacidad que tengan para la reflexión y para ir de la simple crítica a mostrar que las vías que se perciben como mejores lo son efectivamente.
Sin esa reflexión y esa factualización, el movimiento no pasa de ser una opinión  mas. Probablemente, en nuestro medio esto es lo que se da. Y me refiero a todos los movimientos que, en las últimas décadas se han dado, no solamente los que se han podido mirar últimamente.
Ahora bien, organizados o no , maduros o no, estas expresiones populares son signo de otra cosa. De la crisis de eso que los teóricos de la política llaman  gobernanza.
Este término tan importante nos habla, mas que de la relación estado-mercado y en palabras de Pierre Calame, del arte de las sociedades para vivir relaciones internas pacíficas, una seguridad externa aceptable, con condiciones de equilibrio hacia adentro a largo plazo en armonía con la naturaleza, crecimiento económico y un sano sentimiento patrio vivido por sus ciudadanos.
Paul Ricoeur decía que la gobernanza permite a los pueblos permanecer de pie.
Ella se altera poco. Pero a veces pasa. Y ello ocurre ante cambios súbitos, mal administrados, o bien, a raíz de una drástica quiebra de la idiosincrasia a causa de razones como la pérdida de la memoria histórica, una educación errática o hasta un gran descuido con respecto a la propia herencia cultural.
Justamente, ante esa crisis de esa ideología que cohesiona y sostiene, aparecen inquietudes que, normalmente, se traducen en movimientos sociales.
En Costa Rica esa crisis de gobernanza es clara y los movimientos sociales no llegan a madurar. En general, todo ello puede explicar un poco el caos presente. No somos quienes somos ni tenemos idea hacia dónde queremos ir. Mas a pesar de todo, dicen algunos, somos un pueblo feliz aunque, es claro, muy extraviado en su andar.
Vivimos tiempos en los cuales hay que tomar en cuenta dos realidades que son, últimamente, importantes.
Por un lado la aparición de algunos movimientos que, naciendo del seno de la sociedad civil, buscan expresarse de cara a algunos temas mas o menos secundarios y, por otra parte, la crisis de la gobernanza que parece cada día mas obvia entre nosotros.
Vivimos tiempos en los cuales hay que tomar en cuenta dos realidades que son, últimamente, importantes.
Por un lado la aparición de algunos movimientos que, naciendo del seno de la sociedad civil, buscan expresarse de cara a algunos temas mas o menos secundarios y, por otra parte, la crisis de la gobernanza que parece cada día mas obvia entre nosotros.
Un movimiento social es una complejización de la política y del sistema de relaciones entre sujetos políticos, como dice Luis Tapia. Explicita tendencias, sentimientos, prejuicios, valores y fuerzas de sujetos sociales y políticos. Marcan estos movimientos un momento de conflicto mas o menos fuerte que lleva a la revelación de posiciones sobre temas diversos que, en otras condiciones, nos serían puestas de manifiesto.
Los movimientos son, mas o menos maduros, según la capacidad que tengan para la reflexión y para ir de la simple crítica a mostrar que las vías que se perciben como mejores lo son efectivamente.
Sin esa reflexión y esa factualización, el movimiento no pasa de ser una opinión  mas. Probablemente, en nuestro medio esto es lo que se da. Y me refiero a todos los movimientos que, en las últimas décadas se han dado, no solamente los que se han podido mirar últimamente.
Ahora bien, organizados o no , maduros o no, estas expresiones populares son signo de otra cosa. De la crisis de eso que los teóricos de la política llaman  gobernanza.
Este término tan importante nos habla, mas que de la relación estado-mercado y en palabras de Pierre Calame, del arte de las sociedades para vivir relaciones internas pacíficas, una seguridad externa aceptable, con condiciones de equilibrio hacia adentro a largo plazo en armonía con la naturaleza, crecimiento económico y un sano sentimiento patrio vivido por sus ciudadanos.
Paul Ricoeur decía que la gobernanza permite a los pueblos permanecer de pie.
Ella se altera poco. Pero a veces pasa. Y ello ocurre ante cambios súbitos, mal administrados, o bien, a raíz de una drástica quiebra de la idiosincrasia a causa de razones como la pérdida de la memoria histórica, una educación errática o hasta un gran descuido con respecto a la propia herencia cultural.
Justamente, ante esa crisis de esa ideología que cohesiona y sostiene, aparecen inquietudes que, normalmente, se traducen en movimientos sociales.
En Costa Rica esa crisis de gobernanza es clara y los movimientos sociales no llegan a madurar. En general, todo ello puede explicar un poco el caos presente. No somos quienes somos ni tenemos idea hacia dónde queremos ir. Mas a pesar de todo, dicen algunos, somos un pueblo feliz aunque, es claro, muy extraviado en su andar.
Vivimos tiempos en los cuales hay que tomar en cuenta dos realidades que son, últimamente, importantes.
Por un lado la aparición de algunos movimientos que, naciendo del seno de la sociedad civil, buscan expresarse de cara a algunos temas mas o menos secundarios y, por otra parte, la crisis de la gobernanza que parece cada día mas obvia entre nosotros.
Con frecuencia uno contempla cuanto ocurre en nuestro país e, irremediablemente, se llega a pensar que muchos actores decisivos del quehacer nacional actúan con  intenciones tales que su proceder linda con la deslealtad o, al menos, con la falta mas dramática de sentido común y de amor a la patria.
Hace poco leí una frase del poeta suizo Gottfried Keller que decía: “Respeta la patria de cualquier hombre, ¡pero la tuya, ámala!”.
No estoy tan seguro cuánto hemos enseñado  a las nuevas generaciones a amar a su patria.
Amar eso que es como “un estado del alma” en el decir de García Monge. Eso que es sobre donde nos asentamos y somos.
Rui Borzosa decía: “la patria no es ninguno, son todos (…) La patria no es un sistema, ni un monopolio, ni una forma de gobierno: es el cielo, la cuna de los hijos y el túmulo de los antepasados, la comunión de la ley, de la lengua y de la libertad”. Y mas adelante, este autor agregaba respecto de la patria: “los que (sirven a la patria) son los que no envidian, los que no conspiran, los que no se desaniman, los que no enmudecen, los que no se acobardan, sino los que resisten, pero enseñan, se esfuerzan, pacifican, discuten, practican la justicia, la admiración, el entusiasmo”.
Todo un ideal de vida personal y colectivo, sobre todo, en contextos como el nuestro en que tantos se creen dueños de la patria, envidian y conspiran, enmudecen siendo cómplices de cuantos no sirven a la patria, sino que la dañan de continuo.
Hoy los costarricenses que compartimos esa condición de ciudadanos que nos parecemos hacia adentro y nos distinguimos hacia fuera, casi no sabemos de servicio a la patria. Desanimados y mudos, somos bastante cobardes hasta para defender el territorio donde esa nación se asienta.  Costarricenses somos que, marcados por la pereza, ni nos esforzamos, ni discutimos, ni optamos por el entusiasmo como clave para salir adelante de la etapa de nuestra historia mas marcada por la desidia y la indiferencia de los hijos de una suelo que parece andar por el tiempo sufrido y sin el celo de los que lo moran excepto cuando se trata de cuestiones de futbol o alguno que otro logro mas, casi siempre, individual y deportivo.
Amar la patria, fomentar ese estado del alma y optar por esa realidad que no es ninguno sino todos, no se improvisa.
Optar por la patria no es nacionalismo a ciegas. Es sentido patrio responsable y realista. Hemos perdido mucho el tiempo sin fomentar esta virtud ciudadana pero no es tarde. Si no deseamos mas el perfil ciudadano que hoy tenemos, hemos de apurar las medidas necesarias para que, de cara al mañana, nuestra nuevas generaciones se den cuenta de que lo nuestro es mejor y, de paso, es único y nuestro.
Con frecuencia uno contempla cuanto ocurre en nuestro país e, irremediablemente, se llega a pensar que muchos actores decisivos del quehacer nacional actúan con  intenciones tales que su proceder linda con la deslealtad o, al menos, con la falta mas dramática de sentido común y de amor a la patria.

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