Martes, 13 Marzo 2012 05:55

Administración pública y excelencia.

Desde hace un tiempo tengo la oportunidad de colaborar ocasionalmente con la escuela que, en un marco de excelencia acreditada por el SINAES, se encarga en la Universidad de Costa Rica de formar a los futuros administradores públicos. El ambiente de trabajo allí es intenso, las inquietudes de los estudiantes son serias y diversas y, por supuesto, el deseo de prepararse bien es una constante en cada muchacha y muchacho que son parte de esta ejemplar escuela.
Sin embargo y paradójicamente, a veces quienes se preparan cuidadosamente para servir al estado costarricense, temen lo que el futuro les depare, sobre todo, debido a los altos índices de tentaciones generadas por tantos que, con oscuros intereses, buscan provocar en los funcionarios del estado procederes no siempre claros y no demasiado rectos.
En el marco de esta escuela, aparte de todo lo que los excelentes profesores procuran desde las aulas o lo que logra la competente dirección desde su labor, hay un  esfuerzo constante de parte de todos por mostrar un ideal a cada estudiante que, poco a poco, va aprendiendo su deber de servir a los ciudadanos con competencia, excelencia y transparencia. Esto se repite una y otra vez a lo largo de la carrera.
De esta manera no me cabe duda de que en el futuro debe surgir una generación de servidores públicos que, con una competencia comprobada, se animen también a alterar el clima de las instituciones hasta el punto de sembrarlo de integridad y transparencia desde una rendición de cuentas detallada que devuelva la confianza a unos ciudadanos que, como es sabido, hoy día experimentan un fuerte desconcierto y desilusión con respecto al servicio que reciben de algunos que laboran para el estado y sirven no tan bien a los ciudadanos.
Las ideas de excelencia en el servicio y de integridad probada deben ser constantes que se repitan una vez y otra también en el marco de la formación. Pero han de ser dos nociones que deben poder oír a menudo los que hoy ya sirven al país en las instituciones públicas. Esto es, cada mujer y hombre que, en el marco de una labor frecuentemente prejuzgada, se esfuerzan de día en día por romper con el llamado “ethos del burócrata” que encarnan algunos que así dañan la imagen de la abnegada mayoría.
Hace algún tiempo una campaña electoral habló “del menos malo”. Flaco favor se hizo a quienes hoy luchan desde las aulas o las mismas instituciones por mejorar el modo en el que la ciudadanía habla y piensa del funcionario. No hace mucho leí una expresión un poco mejor de un músico reconocido que decía “prefiero ser el peor de los mejores, que el mejor de los peores”. Tampoco es buena la frase del todo, pero no peor que la nociva frase de la campaña que aquí he recordado y esto porque, como es fácil de comprender, ser el peor de los mejores, al menos, mantiene a cada quien en el marco de lo reconocible como excelente.
Es importante felicitar el rumbo de la Escuela de Administración Pública de la Universidad de Costa Rica y desear que su esfuerzo pronto se note en una futura administración del estado excelente e íntegra. Los tiempos que vienen han de propiciar la desaparición de toda mediocridad y las campañas futuras solo podrán invitar a los ciudadanos a votar por el mejor de los mejores y no por el menos malo.
Desde hace un tiempo tengo la oportunidad de colaborar ocasionalmente con la escuela que, en un marco de excelencia acreditada por el SINAES, se encarga en la Universidad de Costa Rica de formar a los futuros administradores públicos. El ambiente de trabajo allí es intenso, las inquietudes de los estudiantes son serias y diversas y, por supuesto, el deseo de prepararse bien es una constante en cada muchacha y muchacho que son parte de esta ejemplar escuela.
Sin embargo y paradójicamente, a veces quienes se preparan cuidadosamente para servir al estado costarricense, temen lo que el futuro les depare, sobre todo, debido a los altos índices de tentaciones generadas por tantos que, con oscuros intereses, buscan provocar en los funcionarios del estado procederes no siempre claros y no demasiado rectos.
En el marco de esta escuela, aparte de todo lo que los excelentes profesores procuran desde las aulas o lo que logra la competente dirección desde su labor, hay un  esfuerzo constante de parte de todos por mostrar un ideal a cada estudiante que, poco a poco, va aprendiendo su deber de servir a los ciudadanos con competencia, excelencia y transparencia. Esto se repite una y otra vez a lo largo de la carrera.
De esta manera no me cabe duda de que en el futuro debe surgir una generación de servidores públicos que, con una competencia comprobada, se animen también a alterar el clima de las instituciones hasta el punto de sembrarlo de integridad y transparencia desde una rendición de cuentas detallada que devuelva la confianza a unos ciudadanos que, como es sabido, hoy día experimentan un fuerte desconcierto y desilusión con respecto al servicio que reciben de algunos que laboran para el estado y sirven no tan bien a los ciudadanos.
Las ideas de excelencia en el servicio y de integridad probada deben ser constantes que se repitan una vez y otra también en el marco de la formación. Pero han de ser dos nociones que deben poder oír a menudo los que hoy ya sirven al país en las instituciones públicas. Esto es, cada mujer y hombre que, en el marco de una labor frecuentemente prejuzgada, se esfuerzan de día en día por romper con el llamado “ethos del burócrata” que encarnan algunos que así dañan la imagen de la abnegada mayoría.
Hace algún tiempo una campaña electoral habló “del menos malo”. Flaco favor se hizo a quienes hoy luchan desde las aulas o las mismas instituciones por mejorar el modo en el que la ciudadanía habla y piensa del funcionario. No hace mucho leí una expresión un poco mejor de un músico reconocido que decía “prefiero ser el peor de los mejores, que el mejor de los peores”. Tampoco es buena la frase del todo, pero no peor que la nociva frase de la campaña que aquí he recordado y esto porque, como es fácil de comprender, ser el peor de los mejores, al menos, mantiene a cada quien en el marco de lo reconocible como excelente.
Es importante felicitar el rumbo de la Escuela de Administración Pública de la Universidad de Costa Rica y desear que su esfuerzo pronto se note en una futura administración del estado excelente e íntegra. Los tiempos que vienen han de propiciar la desaparición de toda mediocridad y las campañas futuras solo podrán invitar a los ciudadanos a votar por el mejor de los mejores y no por el menos malo.

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