Carlos Díaz Chavarría

Carlos Díaz Chavarría

Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, constantemente, para que se haga realidad la civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”.
También, sobre esta filosofía del amor, manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia. Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores, los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es el camino más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista. Tal y como lo señala un pensamiento budista: “Con acciones bondadosas purifico, mi cuerpo; con palabras de aliento y armoniosas, purifico mi habla; al cambiar el odio por la compasión, purifico mi mente”. ¡Ojalá que sea este ideal el amanecer de una renovada era!
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, constantemente, para que se haga realidad la civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”.
También, sobre esta filosofía del amor, manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia. Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores, los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es el camino más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista. Tal y como lo señala un pensamiento budista: “Con acciones bondadosas purifico, mi cuerpo; con palabras de aliento y armoniosas, purifico mi habla; al cambiar el odio por la compasión, purifico mi mente”. ¡Ojalá que sea este ideal el amanecer de una renovada era!
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
No obstante, para hablar con acierto sobre la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, pues esta civilización del amor es un don innato también del pueblo, el cual le permite vivir en paz, en armonía, ser siempre justos y colorear la justicia con equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al otro, al prójimo, gestos y palabras que descubran la solidaridad; porque sólo la civilización del amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar, constantemente, para que se haga realidad la civilización del amor. Pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros mismos y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestra Nación, a la dignidad humana, la vida igualitaria y la solidaridad. Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo pacíficamente.
Es una civilización del amor que apuesta a la no-violencia, tal y como lo expresaba Mahatma Gandhi: “Estamos obligados a no cooperar con el mal, como lo estamos a cooperar con el bien. Yo estoy decidido a demostrar a mis compatriotas que la no cooperación violenta no hace más que multiplicar los males, y que como el mal sólo se puede sostener por medios violentos, para negar nuestro apoyo al mal se requiere una abstención total de la violencia”.
También, sobre esta filosofía del amor, manifestaba Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia, el escepticismo o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo. Que el esfuerzo desarrollado por todos nosotros demuestre que aquel mensaje de Luther King Jr. estaba en lo cierto, cuando dijo que la humanidad no podía seguir estando trágicamente sometida a la noche oscura y sin estrellas de la intolerancia. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era tan sólo un soñador cuando dijo que la belleza de la fraternidad y la paz genuinas son aún más preciosas que los diamantes o el oro”.
Sin embargo, a lo mejor habrá quien considere todo esto como una utopía, y hasta sea criticada esta civilización del amor dentro de este actual mundo insustancial; no obstante, esta civilización del amor puede concretarse si se pone en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo grandes hombres y mujeres a través de la historia. Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores, los cuales nos libren del yugo de la intolerancia, la injusticia, el materialismo y la falta de solidaridad.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es el camino más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más humanista. Tal y como lo señala un pensamiento budista: “Con acciones bondadosas purifico, mi cuerpo; con palabras de aliento y armoniosas, purifico mi habla; al cambiar el odio por la compasión, purifico mi mente”. ¡Ojalá que sea este ideal el amanecer de una renovada era!
Frente a una época cargada de superficialidad y materialismo en la que los humanos viven actualmente, más que nunca se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King, la cual busca orientar al individuo a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo y fraterno.
Expresaba el escritor José Cardoso que “la literatura no debe ser el adorno de los pueblos, sino el reconocimiento de las imperfecciones de una sociedad”. Y esto se hace tan necesario en la actualidad pues, desgraciadamente, en muchos sentidos estamos viviendo una época  banal en donde parece imperar la superficialidad. Ahora bien, ello no debe ser excusa para evadir manifestaciones culturales que bien podrían alimentar de enseñanzas y sensaciones nuestro espíritu como la literatura, recordemos que la literatura es, para el alma, lo que el alimento es para el cuerpo, esto quiere decir que ella le puede traer al lector energía e inspiración en sus vidas; además se perfila como una esperanzadora defensa para combatir esa peligrosa superficialidad, tal y como lo comprendía el poeta español Gabriel Celaya cuando expresaba que “la literatura es un arma cargada de futuro”.
Entonces, bien se podría señalar que la literatura representa lo más íntimo de una sociedad, sus alegrías, sus tristezas o aflicciones. Nos lleva a lugares inimaginables, nos entretiene, nos informa y logra abrir nuestra mente pues pone en nuestras manos ese conocimiento que nos enseña a ser personas socialmente tolerantes. La literatura, en sí, es una forma de expresar los anhelos, los sentimientos, las fantasías, los mensajes, el devenir social que vive el país, mediante la perspectiva del autor... Por eso, ante ese evidente materialismo de gran parte de nuestra sociedad, bien valdría, como una manera de sublimar la cultura, abocarnos a  consumir, degustar y regalar más literatura.
De ahí que es gratificante cuando surgen manifestaciones costarricenses quijotescas, defensoras de las letras, en las cuales se aboga por el posicionamiento y difusión cultural de nuestro pueblo, y más allá de él, como por ejemplo la revista literaria digital ClubdeLibros.com, magistralmente dirigida, desde hace más de 10 años, por la escritora Evelyn Ugalde quien mediante este proyecto cultural da a conocer nuevas publicaciones literarias, anuncia actividades relacionadas con la escritura, fomenta el hábito de la lectura y le abre espacio a los noveles escritores.
O, también, entre las expresiones culturales más recientes, la Revista Digital Éwa, que en Bribrí quiere decir “Hola”, integrada por los visionarios jóvenes periodistas Adriana Pérez, Kimberling Herrera, Soreth Espinoza y Diego Pérez Damasco quienes dentro de algunas de las secciones como la de Puño o letra, brindan información sobre libros nacionales e internacionales, reseñas o entrevistas de escritores,  con el valor agregado de que se invita a todos los escritores, quienes acaban de publicar sus libros, para que se contacten con ellos con el fin de que aparezcan en las recomendaciones literarias de cada edición y, con ello, dar a conocer el acervo cultural literario.
En este sentido el periodista Diego Pérez expresa: “Este tipo de proyectos, como lo que proponemos desde la Revista Éwa, son importantes para reivindicar la divulgación cultural desde una nueva perspectiva. Creo que en Costa Rica hay mucha gente interesada en enterarse acerca de actividades culturales, de los últimos libros tanto nacionales como extranjeros, de las visiones de los escritores y la historia del país. El interés está presente dentro de nuestro público meta, lo importante es saber cómo manejar los temas para atraer la atención de una población que está distraída por los aspectos más superficiales de esta sociedad consumista”.
Definitivamente proyectos como la Revista Éwa o el Club de Libros, son ejemplos de cómo la  literatura se puede utilizar como una forma de comprender el presente, de asumir el futuro, de determinar las raíces semánticas del pasado, de crear conocimiento y, a la vez, de ser un espacio recreativo. Por ello, conocer, apoyar y disfrutar este tipo de proyectos en donde se nos regala en abundancia múltiples palpitaciones literarias para que nos alimentemos de ellas, es una buena manera  para que valoremos, a conciencia, el quehacer cultural nacional e internacional, y podamos realmente crecer, no sólo en conocimiento, sino en sensibilidad y espiritualidad, porque como expresaba Rubén Darío, “la literatura constituye la fuerza, el valor, el alimento, la antorcha de pensamientos y el manantial de amor de nuestras existencias”.
Expresaba el escritor José Cardoso que “la literatura no debe ser el adorno de los pueblos, sino el reconocimiento de las imperfecciones de una sociedad”. Y esto se hace tan necesario en la actualidad pues, desgraciadamente, en muchos sentidos estamos viviendo una época  banal en donde parece imperar la superficialidad. Ahora bien, ello no debe ser excusa para evadir manifestaciones culturales que bien podrían alimentar de enseñanzas y sensaciones nuestro espíritu como la literatura, recordemos que la literatura es, para el alma, lo que el alimento es para el cuerpo, esto quiere decir que ella le puede traer al lector energía e inspiración en sus vidas; además se perfila como una esperanzadora defensa para combatir esa peligrosa superficialidad, tal y como lo comprendía el poeta español Gabriel Celaya cuando expresaba que “la literatura es un arma cargada de futuro”.
El  pasado 21 de marzo, en el Auditorio Clodomiro Picado de la Universidad Nacional, muchos de quienes nos declaramos peregrinos de los ceremoniales poéticos, nos reunimos a festejar la firma del Decreto que declara dicha fecha como el Día Mundial de la Poesía, el cual  fue propuesto por la UNESCO y apoyado, de manera especial, por el señor Javier Pérez Hidalgo, miembro del Taller Literario del Programa de Atención de la Persona Adulta Mayor del Centro de Estudios Generales de la Universidad Nacional. Sin duda fue una actividad cargada de emotividad; maravilloso resultó ver la concurrida asistencia, y lo más impactante, fue el encuentro generacional de niños, jóvenes y adultos mayores rindiéndole tributo a la poesía con la declamación de sus respectivos poemas.
¡Qué poética experiencia y qué alimento para el alma!, porque qué es la poesía sino el estado henchido del espíritu que dialoga en la piel misma de la existencia. Concepción de la poesía como entraña de lo cotidiano, en el sentido que le atribuía el poeta García Lorca cuando afirmaba que “la poesía es algo que anda por la calle”; pues bien, la poesía es ese “algo” que ciertamente se nutre, se desnuda, se arropa, agoniza, se regenera y se transmuta en los tránsitos cotidianos de los humanos. Así lo ha sido en todos los lugares, y así lo ha sido en todos los tiempos…
De esta forma la poesía se ha agitado, tenazmente, en cada ruego de piel, sangre, palabra, letra y vida de los pueblos, y se ha tejido, trazo a trazo, sustento a sustento, como un habitual milagro entre los tránsitos, esperanzas y sortilegios de la conciencia humana. De allí que se pueda afirmar, con cierta libertad histórica y estética, que hoy la poesía está incorporada en todo y en todos; gozosamente atemporal, sugestivamente irreverente, llanamente inevitable, socialmente necesaria; un menester consustancial a las mujeres y los hombres.
Por ello tengo la creencia de que en esta sociedad fragmentada, mecanicista y masificada que vivimos hoy; impotente para engrandecer a las personas con visiones renovadas y fértiles, y en donde por desgracia la materia ha suprimido la idea; lo superficial ha rasgado lo espiritual; el afán de lucro y poder ha limitado los sueños, y la vida agitada y agobiante ha cercenado la virtud de la contemplación y la creatividad, la poesía se revela francamente humanizante, capaz de invadir, con palabras de fuegos reverdecidos, las apetencias de un mundo sediento de fuerza interna, progreso, justicia y amor. Como lo señalara en la actividad el Ministro de Cultura, “la poesía es aquella palabra convertida en brillante luz”; así es, con luz propia, cual patrimonio del mundo, cual profetiza de los tiempos, la poesía constituye la más antigua y, paradógicamente, la más nueva forma de conquista de los humanos.
En este sentido decía el pensador Heidegger que es poéticamente como el hombre hace habitable la tierra, y en efecto, es poéticamente como las mujeres y los hombres, con sus alegrías y angustias, sus desafíos y logros, sus esperanzas y miedos, sus titubeos y rebeliones,  pueden ir a la conquista de nuevos fuegos y partos de liberación mediante la poesía. Por eso confío en la poesía como un arma poderosa, libertaria, trasgresora, purificadora e inmortal; por eso creo en los rituales poéticos como los del pasado 21 de marzo como un total pretexto para permitirle a la poesía adentrarse y anidarse en los tiempos y destiempos de nuestras existencias.
Ojalá, entonces, sea gozosamente bienvenida la poesía, por todos, a ese espiritual y corpóreo banquete de sentidos que cada 21 de marzo,  Día Mundial de la Poesía, nos enamora para que, usted y yo, nos revelemos festiva y fértilmente trasfigurados en portadores y amantes de cada gesto de poesía que, cotidianamente, nos sustentan. Ahora…, desde hoy…, y por siempre…
El  pasado 21 de marzo, en el Auditorio Clodomiro Picado de la Universidad Nacional, muchos de quienes nos declaramos peregrinos de los ceremoniales poéticos, nos reunimos a festejar la firma del Decreto que declara dicha fecha como el Día Mundial de la Poesía, el cual  fue propuesto por la UNESCO y apoyado, de manera especial, por el señor Javier Pérez Hidalgo, miembro del Taller Literario del Programa de Atención de la Persona Adulta Mayor del Centro de Estudios Generales de la Universidad Nacional. Sin duda fue una actividad cargada de emotividad; maravilloso resultó ver la concurrida asistencia, y lo más impactante, fue el encuentro generacional de niños, jóvenes y adultos mayores rindiéndole tributo a la poesía con la declamación de sus respectivos poemas.

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