Carlos Díaz Chavarría

Carlos Díaz Chavarría

De acuerdo con los resultados arrojados por la Primera Encuesta Nacional de Cultura de la Dirección de Cultura, solamente un 14.6% de costarricenses ha leído de cuatro a cinco libros; un 33.2% leyó de uno a tres libros y la mitad de la población declaró que no había leído libros en el último año.  Además indicó que son los estudiantes quienes menos compran libros. Sin embargo, quienes estudian y trabajan adquieren más textos. También es interesante que las personas de mayor nivel adquisitivo son quienes compran menos libros en contraste con la clase media.
Definitivamente esta realidad es muy preocupante e indignante, máxime si se piensa en una gran población estudiantil carente del amor por la lectura. De ahí la urgencia, en especial de quienes somos educadores, de buscar estrategias de enseñanza adecuadas que incentiven a los estudiantes a la lectura. Cualquier universitario o profesional que se enorgullezca de serlo debe leer para lograr tener una cultura general sobre diversos temas más allá de su especialidad y como una manera para incrementar el vocabulario con el fin de que obtengan una mayor seguridad al momento de comunicarse, tanto de manera oral como escrita.
Es muy triste cuando uno, como profesor, le hace una pregunta a un alumno y este no le sabe o no le puede contestar porque su vocabulario es muy limitado o porque no cuenta con la información necesaria para argumentar sus posiciones. Por ello, escribir y hablar adecuadamente, dentro de un contexto formal, no es una condición de moda, ni de intelectuales o escritores, es una obligación que cada uno debe asumir como propia, especialmente en un mundo en donde, muchas veces, los formadores sociales como las películas o la televisión, son los que fomentan el detrimento de nuestro propio idioma, y para lograr este perfeccionamiento comunicativo la lectura es básica.
Y no hablo de leer solamente el horóscopo, la sección deportiva, los espectáculos o las caricaturas, sino de ejercer un proceso analítico de aquellas secciones cuyo propósito es generar una criticidad en el lector como los editoriales, o fomentar la información para una toma de criterio de lo presentado. Tampoco se trata de leer de una manera superficial, sin ir más allá, sin buscar aquellas premisas que sustenten la tesis del escritor, sin generar un proceso de evaluación de lo leído, o, aún peor, sin determinar cuál es el proceso de autorregulación generado a partir del texto. Se trata de ver en la lectura una de las herramientas más eficaces, racionales y libres para incorporarse con mayor éxito en esta sociedad del conocimiento.
Efectivamente la lectura es un idóneo camino hacia el conocimiento y la libertad, pues implica la participación activa de la mente y contribuye al desarrollo de la imaginación, la creatividad, el análisis y la concentración; enriquece tanto la expresión oral como escrita, elementos básicos para la incorporación efectiva al mundo académico o profesional; y, a la vez, puede hacer gozar, entretiene y distrae. Ante este panorama, el fomentar un hábito por la lectura, en especial repito por parte de quienes tenemos el gran privilegio de ser formadores, va más allá de incentivar un pasatiempo digno de elogio; es, a todas luces, solidificar el presente de nuestras acciones y garantizar el conocimiento futuro de las nuevas generaciones en la búsqueda de un mundo más justo, preparado, inteligente, analítico y humanista.
Porque la lectura marca, ciertamente, la diferencia entre la ignorancia y el saber; entre la luz y la sombra; entre la libertad y el sometimiento; entre la esperanza y la desesperanza; por eso ojalá que sigan muchos lectores decididos a hacer de la lectura una máxima de vida. Solamente así se logrará descubrir que la lectura, más que una obligación, constituye un verdadero placer y, dentro de esta inminente era del conocimiento, una rotunda fuente de aprendizaje, liberación e identidad. Tal y como lo señalaba Santa Teresa de Jesús: “Lee y conducirás; no leas y serás conducido”.
De acuerdo con los resultados arrojados por la Primera Encuesta Nacional de Cultura de la Dirección de Cultura, solamente un 14.6% de costarricenses ha leído de cuatro a cinco libros; un 33.2% leyó de uno a tres libros y la mitad de la población declaró que no había leído libros en el último año.  Además indicó que son los estudiantes quienes menos compran libros. Sin embargo, quienes estudian y trabajan adquieren más textos. También es interesante que las personas de mayor nivel adquisitivo son quienes compran menos libros en contraste con la clase media.
De acuerdo con los resultados arrojados por la Primera Encuesta Nacional de Cultura de la Dirección de Cultura, solamente un 14.6% de costarricenses ha leído de cuatro a cinco libros; un 33.2% leyó de uno a tres libros y la mitad de la población declaró que no había leído libros en el último año.  Además indicó que son los estudiantes quienes menos compran libros. Sin embargo, quienes estudian y trabajan adquieren más textos. También es interesante que las personas de mayor nivel adquisitivo son quienes compran menos libros en contraste con la clase media.
Definitivamente esta realidad es muy preocupante e indignante, máxime si se piensa en una gran población estudiantil carente del amor por la lectura. De ahí la urgencia, en especial de quienes somos educadores, de buscar estrategias de enseñanza adecuadas que incentiven a los estudiantes a la lectura. Cualquier universitario o profesional que se enorgullezca de serlo debe leer para lograr tener una cultura general sobre diversos temas más allá de su especialidad y como una manera para incrementar el vocabulario con el fin de que obtengan una mayor seguridad al momento de comunicarse, tanto de manera oral como escrita.
Es muy triste cuando uno, como profesor, le hace una pregunta a un alumno y este no le sabe o no le puede contestar porque su vocabulario es muy limitado o porque no cuenta con la información necesaria para argumentar sus posiciones. Por ello, escribir y hablar adecuadamente, dentro de un contexto formal, no es una condición de moda, ni de intelectuales o escritores, es una obligación que cada uno debe asumir como propia, especialmente en un mundo en donde, muchas veces, los formadores sociales como las películas o la televisión, son los que fomentan el detrimento de nuestro propio idioma, y para lograr este perfeccionamiento comunicativo la lectura es básica.
Y no hablo de leer solamente el horóscopo, la sección deportiva, los espectáculos o las caricaturas, sino de ejercer un proceso analítico de aquellas secciones cuyo propósito es generar una criticidad en el lector como los editoriales, o fomentar la información para una toma de criterio de lo presentado. Tampoco se trata de leer de una manera superficial, sin ir más allá, sin buscar aquellas premisas que sustenten la tesis del escritor, sin generar un proceso de evaluación de lo leído, o, aún peor, sin determinar cuál es el proceso de autorregulación generado a partir del texto. Se trata de ver en la lectura una de las herramientas más eficaces, racionales y libres para incorporarse con mayor éxito en esta sociedad del conocimiento.
Efectivamente la lectura es un idóneo camino hacia el conocimiento y la libertad, pues implica la participación activa de la mente y contribuye al desarrollo de la imaginación, la creatividad, el análisis y la concentración; enriquece tanto la expresión oral como escrita, elementos básicos para la incorporación efectiva al mundo académico o profesional; y, a la vez, puede hacer gozar, entretiene y distrae. Ante este panorama, el fomentar un hábito por la lectura, en especial repito por parte de quienes tenemos el gran privilegio de ser formadores, va más allá de incentivar un pasatiempo digno de elogio; es, a todas luces, solidificar el presente de nuestras acciones y garantizar el conocimiento futuro de las nuevas generaciones en la búsqueda de un mundo más justo, preparado, inteligente, analítico y humanista.
Porque la lectura marca, ciertamente, la diferencia entre la ignorancia y el saber; entre la luz y la sombra; entre la libertad y el sometimiento; entre la esperanza y la desesperanza; por eso ojalá que sigan muchos lectores decididos a hacer de la lectura una máxima de vida. Solamente así se logrará descubrir que la lectura, más que una obligación, constituye un verdadero placer y, dentro de esta inminente era del conocimiento, una rotunda fuente de aprendizaje, liberación e identidad. Tal y como lo señalaba Santa Teresa de Jesús: “Lee y conducirás; no leas y serás conducido”.
De acuerdo con los resultados arrojados por la Primera Encuesta Nacional de Cultura de la Dirección de Cultura, solamente un 14.6% de costarricenses ha leído de cuatro a cinco libros; un 33.2% leyó de uno a tres libros y la mitad de la población declaró que no había leído libros en el último año.  Además indicó que son los estudiantes quienes menos compran libros. Sin embargo, quienes estudian y trabajan adquieren más textos. También es interesante que las personas de mayor nivel adquisitivo son quienes compran menos libros en contraste con la clase media.
Aunque algunos lo pretendan ocultar o no deseen enfrentar esta situación, lo cierto es que parte de nuestra sociedad se ha visto desgarrada por la violencia, la inseguridad, la violación a los derechos de niños, mujeres y ancianos, la corrupción, la carencia de compromiso ante los deberes democráticos, la falta de respeto a quienes no piensan o se comportan igual que uno o la pérdida de aquellas actitudes superiores necesarias para nuestro sano crecimiento individual y colectivo como la prudencia, el raciocinio, la empatía y la perseverancia.
Dada estas dificultades, sería lógico pensar que el desánimo o el descontento podrían aflorar en el sentir y actuar ciudadano.  No obstante, ante esta situación, claramente se nos podrían presentar dos caminos: o transitamos, como sujetos pasivos, por la vía de la desesperanza, la apatía y el conformismo; o recorremos, de forma activa, un trecho de fortalecida entereza, esperanza y un positivo compromiso de cambio.
Deseo creer que todos somos conscientes de que es, evidentemente, el camino de la entereza, la esperanza o fortaleza, el más acertado para evitar que estos males sociales le sigan poniendo una soga al cuello a nuestro país. Definitivamente nuestra sociedad debe anteponer los valores de la firmeza y la confianza como las principales armas que le ayude a sobrellevar aquellos conflictos políticos, económicos y sociales existentes y le dé la energía requerida para seguir en la búsqueda de una Costa Rica más depurada.
Por ejemplo, en los últimos meses se habló, o se ha hablado mucho, sobre el famoso asunto de la Ley de Tránsito; el permanente dilema de la inseguridad ciudadana, o ahora sobre el conflicto presentado con la Caja Costarricense de Seguro Social, pero habría que ver si realmente la población ha sido, o es consciente, de estas problemáticas y qué hizo, o está haciendo para contribuir junto con el Gobierno, a contrarrestar tales situaciones.
Definitivamente no basta con hablar, con sorprenderse, quejarse o enjuiciar, se trata de proponer soluciones y de actuar para plasmarlas. En esta época no se justifican las quejas, las críticas destructivas, la pasividad, la desidia, la irresponsabilidad, el egoísmo y menos la idea de que los conflictos nacionales deben ser resueltos, exclusivamente, por el Gobierno. Requerimos una sociedad unida, activa,  comprometida y pensante, en donde todos los costarricenses, con entereza, demos nuestro aporte tangible en la construcción de una Patria más saludable.
Pues en el tanto mantengamos nuestra confianza en que podemos luchar, diariamente, por actuar de la manera más positiva por este país; mientras tengamos la esperanza en que todavía existen quienes respetan el ejercicio de la política; si abrigamos la confianza en que nuestra sociedad es aún capaz de emanar  justicia, respeto, solidaridad  y paz; y cultivemos la esperanza en que los costarricenses seremos asiduos vigilantes de una saludable democracia y el bien común, estaremos alimentando la conquista de un país con  mayor progreso humano y social.
En definitiva, la entereza puede sostener nuestra convicción de que, a pesar de los problemas existentes, siempre habrá destellos de actitudes racionales y humanistas que nos orienten a un renovado presente y un mejor mañana. Por lo tanto, en nuestras manos está, entonces, el conducirse con serenidad, el apostar a la esperanza, el contribuir y el comprometerse a actuar; el pensar y el proceder en grande…, sencillamente, el hacer nuestras aquellas célebres palabras expresadas por el ex presidente estadounidense John F. Kennedy: “No pregunten qué puede hacer vuestro país por ustedes; pregunten qué pueden hacer ustedes por su país”. Valga, entonces, preguntarse ¿qué estamos haciendo nosotros por Costa Rica?...
Aunque algunos lo pretendan ocultar o no deseen enfrentar esta situación, lo cierto es que parte de nuestra sociedad se ha visto desgarrada por la violencia, la inseguridad, la violación a los derechos de niños, mujeres y ancianos, la corrupción, la carencia de compromiso ante los deberes democráticos, la falta de respeto a quienes no piensan o se comportan igual que uno o la pérdida de aquellas actitudes superiores necesarias para nuestro sano crecimiento individual y colectivo como la prudencia, el raciocinio, la empatía y la perseverancia.
Aunque algunos lo pretendan ocultar o no deseen enfrentar esta situación, lo cierto es que parte de nuestra sociedad se ha visto desgarrada por la violencia, la inseguridad, la violación a los derechos de niños, mujeres y ancianos, la corrupción, la carencia de compromiso ante los deberes democráticos, la falta de respeto a quienes no piensan o se comportan igual que uno o la pérdida de aquellas actitudes superiores necesarias para nuestro sano crecimiento individual y colectivo como la prudencia, el raciocinio, la empatía y la perseverancia.
Dada estas dificultades, sería lógico pensar que el desánimo o el descontento podrían aflorar en el sentir y actuar ciudadano.  No obstante, ante esta situación, claramente se nos podrían presentar dos caminos: o transitamos, como sujetos pasivos, por la vía de la desesperanza, la apatía y el conformismo; o recorremos, de forma activa, un trecho de fortalecida entereza, esperanza y un positivo compromiso de cambio.
Deseo creer que todos somos conscientes de que es, evidentemente, el camino de la entereza, la esperanza o fortaleza, el más acertado para evitar que estos males sociales le sigan poniendo una soga al cuello a nuestro país. Definitivamente nuestra sociedad debe anteponer los valores de la firmeza y la confianza como las principales armas que le ayude a sobrellevar aquellos conflictos políticos, económicos y sociales existentes y le dé la energía requerida para seguir en la búsqueda de una Costa Rica más depurada.
Por ejemplo, en los últimos meses se habló, o se ha hablado mucho, sobre el famoso asunto de la Ley de Tránsito; el permanente dilema de la inseguridad ciudadana, o ahora sobre el conflicto presentado con la Caja Costarricense de Seguro Social, pero habría que ver si realmente la población ha sido, o es consciente, de estas problemáticas y qué hizo, o está haciendo para contribuir junto con el Gobierno, a contrarrestar tales situaciones.
Definitivamente no basta con hablar, con sorprenderse, quejarse o enjuiciar, se trata de proponer soluciones y de actuar para plasmarlas. En esta época no se justifican las quejas, las críticas destructivas, la pasividad, la desidia, la irresponsabilidad, el egoísmo y menos la idea de que los conflictos nacionales deben ser resueltos, exclusivamente, por el Gobierno. Requerimos una sociedad unida, activa,  comprometida y pensante, en donde todos los costarricenses, con entereza, demos nuestro aporte tangible en la construcción de una Patria más saludable.
Pues en el tanto mantengamos nuestra confianza en que podemos luchar, diariamente, por actuar de la manera más positiva por este país; mientras tengamos la esperanza en que todavía existen quienes respetan el ejercicio de la política; si abrigamos la confianza en que nuestra sociedad es aún capaz de emanar  justicia, respeto, solidaridad  y paz; y cultivemos la esperanza en que los costarricenses seremos asiduos vigilantes de una saludable democracia y el bien común, estaremos alimentando la conquista de un país con  mayor progreso humano y social.
En definitiva, la entereza puede sostener nuestra convicción de que, a pesar de los problemas existentes, siempre habrá destellos de actitudes racionales y humanistas que nos orienten a un renovado presente y un mejor mañana. Por lo tanto, en nuestras manos está, entonces, el conducirse con serenidad, el apostar a la esperanza, el contribuir y el comprometerse a actuar; el pensar y el proceder en grande…, sencillamente, el hacer nuestras aquellas célebres palabras expresadas por el ex presidente estadounidense John F. Kennedy: “No pregunten qué puede hacer vuestro país por ustedes; pregunten qué pueden hacer ustedes por su país”. Valga, entonces, preguntarse ¿qué estamos haciendo nosotros por Costa Rica?...
Aunque algunos lo pretendan ocultar o no deseen enfrentar esta situación, lo cierto es que parte de nuestra sociedad se ha visto desgarrada por la violencia, la inseguridad, la violación a los derechos de niños, mujeres y ancianos, la corrupción, la carencia de compromiso ante los deberes democráticos, la falta de respeto a quienes no piensan o se comportan igual que uno o la pérdida de aquellas actitudes superiores necesarias para nuestro sano crecimiento individual y colectivo como la prudencia, el raciocinio, la empatía y la perseverancia.

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