Viernes, 06 Febrero 2009 18:00

Educación democrática

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La educación constituye un elemento vital de cualquier sociedad, sobre todo, si esta es una democracia, porque dicho sistema va más allá de la suma de sus instituciones. Una democracia sana depende, en gran parte, de la evolución de una cultura democrática educada.
 
    En contraste con las sociedades autoritarias las cuales tratan de inculcar una actitud de aceptación pasiva, el propósito de la educación democrática es formar ciudadanos independientes, dotados de una visión tanto analítica como propositiva y plenamente familiarizados con los preceptos de la democracia. 

     Desde esta perspectiva, no basta decir que la tarea de la educación, en una democracia, consiste simplemente en evitar el adoctrinamiento de los regímenes autoritarios e impartir una enseñanza neutra en materia de valores cívico-políticos. El fin de toda educación es transmitir valores, ya sea intencionalmente o no.

     En este sentido, además de enseñarles a los estudiantes los principios de la democracia con un espíritu abierto a la investigación, lo cual es, en sí mismo, un valor democrático importante, también se les debe alentar a que cuestionen aquellos pensamientos cerrados y categóricos que atentan, o han atentado, contra la sana evolución de una cultura cívica democrática.

     Por ello, en las clases o en los libros de texto, no se deben pasar por alto los hechos desagradables o que han suscitado controversia, con el fin de forjar ciudadanos quienes, mediante una generación de intensos y productivos debates, defiendan sus intereses, ejerzan sus derechos y asuman la responsabilidad de su propia vida democrática.

      No debe olvidarse que, en otros regímenes, los sistemas de educación constituyen instrumentos del gobierno; pero, en las democracias, el sistema educativo es un servidor del pueblo.

 


     A la vez, la capacidad de la educación para crear, sostener y mejorar al gobierno depende, en gran parte, de la calidad y eficacia de los ámbitos educativos en los cuales el gobierno se desenvuelva.

     Una sociedad democrática sana no es sólo una arena donde los individuos persiguen sus objetivos personales, las democracias educadas florecen cuando están en manos de ciudadanos deseosos de ejercer su bien ganada libertad para participar en la vida en sociedad, para así sumar su voz al debate público, elegir representantes quienes rindan cuentas de sus actos y aceptar tanto la necesidad de la tolerancia y el compromiso en la vida pública.

     Ante este panorama, los ciudadanos de una democracia sustentada en la educación, además de gozar del derecho a la libertad individual, también comparten la obligación de unirse con otros para forjar un futuro en el cual se sigan consagrando los valores esenciales de la justicia.

     Entonces, definitivamente, se puede decir que, en las democracias, la educación permite que la libertad misma florezca con el paso del tiempo.

     De ahí que, en todas las sociedades y en cada generación, sencillamente en nuestra sociedad, la gente tiene que apostar a la permanente educación como una manera de edificar la democracia, ello significa tomar los principios del pasado para aplicarlos a las circunstancias actuales de una cambiante sociedad.

       Porque, como lo expresara Thomas Jefferson: “Si un país aspira a ser libre, en un estado democrático, requiere, contundentemente, alimentarse de la educación”.

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