Lunes, 23 Enero 2012 01:37

Una manifiesta responsabilidad ciudadana

Durante los últimos años, los niveles de violencia han aumentado considerablemente en América Latina. Por ejemplo la tasa de homicidios se ha incrementado en  más de un cuarenta por ciento, dándole a Latinoamérica y al Caribe la no muy honrosa distinción de ser la segunda región más violenta del mundo. Paradójicamente, en la medida en que crece la conciencia moderna que condena la violencia, esta se intensifica mimetizándose en cada una de las prácticas sociales. Por desgracia, Costa Rica no ha sido la excepción.
Ciertamente el combate a la inseguridad, la delincuencia, al crimen organizado, ha dejado de ser, en nuestro país, una redituable promesa y tema de cada campaña política para transformarse en un delicado problema de Estado. Y no es para menos. Millones de costarricenses viven aterrados porque hoy, más que nunca, es cierto aquello de que sabemos cuándo salimos de nuestras casas, pero no cuándo regresaremos...
En lo cotidiano, por desgracia, la nota roja es el ingrediente fundamental de la información de los medios, lo cual nos lleva a darnos cuenta de que la lucha parece ser que la están ganando los detractores de la paz social. Definitivamente lo que está sucediendo en Costa Rica es muy preocupante, y va más allá del miedo de los ciudadanos, pero ante este hecho no basta solamente con preocuparse.  Hay que ocuparse del hecho, es decir, hacer una seria reflexión acerca de lo que nos está pasando, tomar las medidas pertinentes y actuar responsablemente.
¿Cuántas veces se nos ha dicho que no portemos objetos de valor cuando transitemos a pie, que no los dejemos a la vista en el carro o evitemos sacar el celular en plena calle?..., una infinidad de veces ciertamente, pero muchas personas siguen sin hacer caso. Tratemos en este caso de ser un poco más prudentes y humildes, pues a veces a las personas les gusta presumir los bienes materiales que poseen lo cual es un comportamiento muy conveniente para los delincuentes.
No se trata de predecir desastres, pero lamentablemente ya se han registrado casos en los cuales, ante la falta de una respuesta efectiva, la gente llega al límite de ejercer justicia por su propia mano. De ahí que no se pueda llegar a aceptar que la violencia es inherente al temperamento de los ticos, y que por ello todo lo que sucede es normal. Esto sería lo peor que pudiera sucedernos.
Nadie puede ser insensible ante la violencia, mas el cambio y la lucha no consiste en la simple aceptación de que la inseguridad es un problema muy complejo, tampoco se puede dejar que todo lo haga el Gobierno, porque sería recorrer los mismos caminos de falta de compromiso ciudadano.
Este es un momento crucial para que, como ciudadanos, nos unamos y planteemos nuestras legítimas exigencias. A lo que ahora nos enfrentamos es el resultado de un gran número de descuidos y omisiones que tanto autoridades como ciudadanos hemos permitido durante años. Hoy nuestro país requiere de soluciones de fondo, exige una manera diferente de actuar y una manifiesta responsabilidad ciudadana.
Por eso leyes más efectivas, revisión severa al sistema de impartición de la justicia, una lucha frontal y sin cuartel a la corrupción, o un enérgico programa de educación en valores, siguen siendo asignaturas pendientes en esa necesaria lucha contra la violencia. Una ardua lucha en la que la  participación es fundamental; pero en donde lo más importante es, sin duda, el compromiso, el esfuerzo y la voluntad de todos para llevarla a cabo, pues como dijera Mahatma Gandhi: “La tarea que enfrentan los devotos de la no violencia es muy difícil; pero ninguna dificultad puede abatir a los humanos que tienen fe en su misión”.
Durante los últimos años, los niveles de violencia han aumentado considerablemente en América Latina. Por ejemplo la tasa de homicidios se ha incrementado en  más de un cuarenta por ciento, dándole a Latinoamérica y al Caribe la no muy honrosa distinción de ser la segunda región más violenta del mundo. Paradójicamente, en la medida en que crece la conciencia moderna que condena la violencia, esta se intensifica mimetizándose en cada una de las prácticas sociales. Por desgracia, Costa Rica no ha sido la excepción.
Ciertamente el combate a la inseguridad, la delincuencia, al crimen organizado, ha dejado de ser, en nuestro país, una redituable promesa y tema de cada campaña política para transformarse en un delicado problema de Estado. Y no es para menos. Millones de costarricenses viven aterrados porque hoy, más que nunca, es cierto aquello de que sabemos cuándo salimos de nuestras casas, pero no cuándo regresaremos...
En lo cotidiano, por desgracia, la nota roja es el ingrediente fundamental de la información de los medios, lo cual nos lleva a darnos cuenta de que la lucha parece ser que la están ganando los detractores de la paz social. Definitivamente lo que está sucediendo en Costa Rica es muy preocupante, y va más allá del miedo de los ciudadanos, pero ante este hecho no basta solamente con preocuparse.  Hay que ocuparse del hecho, es decir, hacer una seria reflexión acerca de lo que nos está pasando, tomar las medidas pertinentes y actuar responsablemente.
¿Cuántas veces se nos ha dicho que no portemos objetos de valor cuando transitemos a pie, que no los dejemos a la vista en el carro o evitemos sacar el celular en plena calle?..., una infinidad de veces ciertamente, pero muchas personas siguen sin hacer caso. Tratemos en este caso de ser un poco más prudentes y humildes, pues a veces a las personas les gusta presumir los bienes materiales que poseen lo cual es un comportamiento muy conveniente para los delincuentes.
No se trata de predecir desastres, pero lamentablemente ya se han registrado casos en los cuales, ante la falta de una respuesta efectiva, la gente llega al límite de ejercer justicia por su propia mano. De ahí que no se pueda llegar a aceptar que la violencia es inherente al temperamento de los ticos, y que por ello todo lo que sucede es normal. Esto sería lo peor que pudiera sucedernos.
Nadie puede ser insensible ante la violencia, mas el cambio y la lucha no consiste en la simple aceptación de que la inseguridad es un problema muy complejo, tampoco se puede dejar que todo lo haga el Gobierno, porque sería recorrer los mismos caminos de falta de compromiso ciudadano.
Este es un momento crucial para que, como ciudadanos, nos unamos y planteemos nuestras legítimas exigencias. A lo que ahora nos enfrentamos es el resultado de un gran número de descuidos y omisiones que tanto autoridades como ciudadanos hemos permitido durante años. Hoy nuestro país requiere de soluciones de fondo, exige una manera diferente de actuar y una manifiesta responsabilidad ciudadana.
Por eso leyes más efectivas, revisión severa al sistema de impartición de la justicia, una lucha frontal y sin cuartel a la corrupción, o un enérgico programa de educación en valores, siguen siendo asignaturas pendientes en esa necesaria lucha contra la violencia. Una ardua lucha en la que la  participación es fundamental; pero en donde lo más importante es, sin duda, el compromiso, el esfuerzo y la voluntad de todos para llevarla a cabo, pues como dijera Mahatma Gandhi: “La tarea que enfrentan los devotos de la no violencia es muy difícil; pero ninguna dificultad puede abatir a los humanos que tienen fe en su misión”.

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