Jueves, 10 Noviembre 2011 05:09

UN PAÍS LLAMADO FEOLANDIA

Sé de un país que se llama Feolandia. En ese país, curiosamente, se dice que sus habitantes son felices.
Es extraño que eso pase pues en Feolandia nada funciona. Se afirma que es un país en que se protege el medio pero los parques nacionales, logro de otros tiempos y algunos hombres visionarios, se deterioran a ojos vista.
En Feolandia se habla de una equidad que no es demasiado notoria a simple viste. Es más, ni siquiera sus habitantes la perciben mucho pero, sin embargo, ellos dicen ser felices.
Por otra parte, en Feolandia casi todo lo público hace honor al nombre del país, pues tiende a ser feo, malo e ineficiente. Los servicios que da el gobierno de Feolandia siempre son de mala calidad, a destiempo o bien, marcados por la ineficacia y la lentitud mas asombrosa.
Las ciudades de este extraño país son horribles. Son sucias, desordenadas, congestionadas, contaminadas, en fin, caóticas. Cualquiera que pasee por una de ellas pronto se pierde, corre alto riesgo de ser asaltado o sufrir alguna grave lesión en un hueco de acera, alguna alcantarilla sin tapa o un indigente que duerme plácidamente en media acera todo el día sin que ninguna autoridad lo note.
En Feolandia las gentes felices que dicen vivir en él, además, temen de frente a la violencia urbana, los turistas no saben ya cómo protegerse y, de paso, padecen a diario una suerte de transporte público, literalmente, de susto.
En este raro país de gente feliz y en el que nada es como debe ser, las calles son de lo peor, los puertos son los peores de la región y el sistema de salud parece que siempre está al borde del colapso. Obviamente, en ese contexto, se puede sospechar que, en ese país de gente que se dice feliz, la corrupción galopa y solo pagan por ella los que no pueden mostrarse poderosos.
Pero Feolandia tiene otras características dramáticas. Poco a poco parece renunciar a los valores que construyeron su idiosincrasia y, como si eso fuera poco, descuida la familia, atenta a diario contra ella y ahora hasta desea poner en peligro la misma vida humana no nacida.
Feolandia es, también, un país sin memoria histórica, tomado por algunas minorías intrascendentes que los medios destacan a todas horas y, además, cuenta con un gobierno que no  logra dar pasos, enredado en su misma maraña, corriendo el riesgo de hacer menos felices a los habitantes de un país que, a pesar de todo, parecen felices, aunque ni siquiera ya consuman lo que producen y maltraten a los aún desean labrar nuestra tierra fecunda.
A veces se da uno a la tarea de pensar si los habitantes de Feolandia no seremos un poco cínicos, en el sentido griego del término. Puede que sí y eso estaría muy pero muy mal.
Sé de un país que se llama Feolandia. En ese país, curiosamente, se dice que sus habitantes son felices.
Es extraño que eso pase pues en Feolandia nada funciona. Se afirma que es un país en que se protege el medio pero los parques nacionales, logro de otros tiempos y algunos hombres visionarios, se deterioran a ojos vista.
En Feolandia se habla de una equidad que no es demasiado notoria a simple viste. Es más, ni siquiera sus habitantes la perciben mucho pero, sin embargo, ellos dicen ser felices.
Por otra parte, en Feolandia casi todo lo público hace honor al nombre del país, pues tiende a ser feo, malo e ineficiente. Los servicios que da el gobierno de Feolandia siempre son de mala calidad, a destiempo o bien, marcados por la ineficacia y la lentitud mas asombrosa.
Las ciudades de este extraño país son horribles. Son sucias, desordenadas, congestionadas, contaminadas, en fin, caóticas. Cualquiera que pasee por una de ellas pronto se pierde, corre alto riesgo de ser asaltado o sufrir alguna grave lesión en un hueco de acera, alguna alcantarilla sin tapa o un indigente que duerme plácidamente en media acera todo el día sin que ninguna autoridad lo note.
En Feolandia las gentes felices que dicen vivir en él, además, temen de frente a la violencia urbana, los turistas no saben ya cómo protegerse y, de paso, padecen a diario una suerte de transporte público, literalmente, de susto.
En este raro país de gente feliz y en el que nada es como debe ser, las calles son de lo peor, los puertos son los peores de la región y el sistema de salud parece que siempre está al borde del colapso. Obviamente, en ese contexto, se puede sospechar que, en ese país de gente que se dice feliz, la corrupción galopa y solo pagan por ella los que no pueden mostrarse poderosos.
Pero Feolandia tiene otras características dramáticas. Poco a poco parece renunciar a los valores que construyeron su idiosincrasia y, como si eso fuera poco, descuida la familia, atenta a diario contra ella y ahora hasta desea poner en peligro la misma vida humana no nacida.
Feolandia es, también, un país sin memoria histórica, tomado por algunas minorías intrascendentes que los medios destacan a todas horas y, además, cuenta con un gobierno que no  logra dar pasos, enredado en su misma maraña, corriendo el riesgo de hacer menos felices a los habitantes de un país que, a pesar de todo, parecen felices, aunque ni siquiera ya consuman lo que producen y maltraten a los aún desean labrar nuestra tierra fecunda.
A veces se da uno a la tarea de pensar si los habitantes de Feolandia no seremos un poco cínicos, en el sentido griego del término. Puede que sí y eso estaría muy pero muy mal.

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