Miércoles, 19 Mayo 2010 08:53

¡Un bien de la humanidad misma!

En una época en donde a las y los jóvenes se les ha masificado en el ideal de la “imagen perfecta”; se les fustiga al asignárseles los portadores de males sociales como la drogadicción o la delincuencia; son asechados por el desencanto, la apatía, el consumismo o la marginalidad; e,  injustamente, se les acusa de perder el tiempo de forma irresponsable, se debe reconocer que existen también, en nuestro país, jóvenes quienes, organizados en Comités Cantonales, agrupaciones universitarias, políticas, artísticas y religiosas, o, que de manera individual, están participando activamente en el desarrollo de la vida nacional y en la solución de los problemas que la aquejan.

 

 

Esto, indiscutiblemente es de suma relevancia, y muy necesario por cierto, para la buena marcha del país. Pues cada empeño, sacrificio y superación de los jóvenes por implantar y desarrollar proyectos dirigidos al respeto a los Derechos Humanos, a la lucha por una educación sin discriminaciones, a la ecología, a la equidad de género, a una efectiva empleabilidad, o al apoyo a iniciativas culturales y deportivas, repercute, sin duda, en un ejemplo claro de voluntad y servicio en este mundo cargado de vicios y  deshumanización.

 

Por eso mientras más jóvenes busquen transformar positivamente a nuestra Patria, mediante la defensa y el respeto al derecho de cada cual por expresarse con libertad, de ser propietarios de un mayor ejercicio de la ciudadanía, y de plantear propuestas que mejoren la calidad de vida de todos los habitantes, más alentador se nos podrían presentar el presente y el futuro de Costa Rica.

    

Pues en el óptimo desarrollo de la juventud radica la mayor potencialidad de progreso de nuestra sociedad, y de las sociedades hermanas; por eso se hace necesario invertir, en un sentido amplio, en las generaciones jóvenes para transformar el sistema político-social, la cultura y la economía, en aras de la purificación del sistema democrático, la consolidación de un desarrollo sostenible y el fomento de la paz.

 

Hoy, más que nunca, se requiere la renovación y la innovación del liderazgo nacional juvenil, de ahí la urgencia de que los jóvenes participen, con libertad absoluta y con autonomía, en las nuevas propuestas de la transformación social de los pueblos.

 

Ya, en el siglo XX, con el protagonismo de la juventud en la revolución cultural que en la década de los 60 atravesó el mundo, quedó demostrado, en la historia mundial, y en el caso particular de Latinoamérica,  que cuando la juventud ha tenido oportunidad de liderazgo, ha demostrado grandes cualidades como dirigentes.

 

 

Recordemos, en este sentido, lo expresado por Su Santidad Juan Pablo II, en mil novecientos ochenta y cinco, en su carta apostólica a las y los jóvenes del mundo en ocasión  del Año Internacional de la Juventud: “Vosotros sois la juventud de las naciones y de la sociedad, la juventud de cada familia y de toda la humanidad; todos miramos hacia vosotros, porque todos nosotros en cierto sentido volvemos a ser jóvenes constantemente gracias a vosotros, por eso, vuestra juventud es un bien especial de todos y un bien de la humanidad misma”.

 

Por eso, ¡hay que creer en la juventud!  Creer en que ellos, junto con los adultos, pueden definir patrióticos y humanistas proyectos de vida acordes a las exigencias de los nuevos tiempos. Porque jóvenes con creatividad, vocación laboral, solidaridad, capacidad de diálogo y juicio crítico e innovador, nos dan la esperanza de que, en algún momento, podremos volver a respirar unos hálitos de verdaderos valores superiores en cada rincón de nuestra tierra.

 

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