Martes, 08 Marzo 2011 05:20

¿Queremos una vida sin propósito?...

Es un hecho totalmente preocupante que, en los tiempos actuales, gran parte de los humanos esté asumiendo una férrea actitud de superficialidad, ligereza y monotonía ante la vida. Estos tipos de humanos, a quienes algunos expertos han llamado los humanos “light”, precisamente para relacionarlos con ese tipo de comida que es liviana y de bajo contenido calórico, son individuos quienes llevan una vida bastante pobre, es decir, una existencia en donde la esencia de las acciones carece de todo interés, pues sólo lo superficial, transitorio, el poder inmediato y lo material, son tomados en cuenta.
Se tiene así, entonces, un humano vacío, materialista, muy vulnerable, sin ideales ni compromisos, en quien existe un cansancio por vivir, pero no por hacer muchas actividades, sino por la falta de una proyección social personal coherente y constante. Estos humanos plasman su existencia en una sociedad triste, sin ilusión, distraída por cuestiones insustanciales. Son personas consumistas por excelencia: hace para tener; tiene para consumir más; consume más para aparentar una mejor imagen y disponer de una mejor imagen para hacer más. Ese es, sencillamente, el patético ciclo de lo banal y la conformidad.
Esto se debe, en gran parte, a que en Occidente existe todo en exceso; por lo tanto los humanos indiferentes no se aferran a nada ya que no tienen creencias firmes, o reciben toneladas de información aunque no sepan ni para qué sirve. La idea es, en este tipo de trivial sociedad, pasarla bien -como se diría en tiquicia pasarla “pura vida”-, y consumir todo, pero sin esfuerzos, luchas o compromisos, aunque ello sea a costa de la propia caída de los valores humanos.
Sin duda, tal posición es muy lamentable, pues hoy no se genera un franco y detallado debate sobre cuestiones que son relevantes social e individualmente, como el valor de la familia, el sentido de una sana democracia, la óptima educación y protección de nuestros niños, el respeto real a los adultos mayores, o la necesidad de desarrollar un pensamiento más crítico en la población o la excesiva xenofobia contra algunos hermanos extranjeros.
¿Cuál debería ser, entonces, nuestra actitud frente a esta problemática que genera, día con día, seres más solitarios y vacíos moral, cultural, emocional e intelectualmente?...
Considero que, a toda costa, se debe hacer un esfuerzo por vencer esta “vida liviana”, esta existencia superficial, mediante la recuperación un auténtico sentido de respeto y honra tanto hacia nuestra sociedad como hacia nuestra vida personal, el desarrollo de las capacidades emocionales e intelectuales y un estado permanente de reencuentro con el humanismo. Ello significa volver a sustentar nuestra vida en el compromiso, la sensatez, la esperanza, el entusiasmo, la justicia y la dignidad. Se trata de poseer una actitud de mayor conciencia social e individual que nos lleve por más sustanciales, productivos y prósperos derroteros.
Por lo tanto, si no queremos pertenecer a esa “vida sin propósito” en donde sólo reina la indiferencia, lo insustancial, la mediocridad y la conformidad, debemos tomar muy en cuenta aquellas palabras que, muy sabiamente, predicaba ese gran líder espiritual hindú Mahatma Gandhi: “Es con solidaridad humana, empatía, tesón y compromiso, no con lo banal, que se debe nutrir nuestra vida, y la del propio pueblo que nos vio nacer”.
Es un hecho totalmente preocupante que, en los tiempos actuales, gran parte de los humanos esté asumiendo una férrea actitud de superficialidad, ligereza y monotonía ante la vida. Estos tipos de humanos, a quienes algunos expertos han llamado los humanos “light”, precisamente para relacionarlos con ese tipo de comida que es liviana y de bajo contenido calórico, son individuos quienes llevan una vida bastante pobre, es decir, una existencia en donde la esencia de las acciones carece de todo interés, pues sólo lo superficial, transitorio, el poder inmediato y lo material, son tomados en cuenta.
Se tiene así, entonces, un humano vacío, materialista, muy vulnerable, sin ideales ni compromisos, en quien existe un cansancio por vivir, pero no por hacer muchas actividades, sino por la falta de una proyección social personal coherente y constante. Estos humanos plasman su existencia en una sociedad triste, sin ilusión, distraída por cuestiones insustanciales. Son personas consumistas por excelencia: hace para tener; tiene para consumir más; consume más para aparentar una mejor imagen y disponer de una mejor imagen para hacer más. Ese es, sencillamente, el patético ciclo de lo banal y la conformidad.
Esto se debe, en gran parte, a que en Occidente existe todo en exceso; por lo tanto los humanos indiferentes no se aferran a nada ya que no tienen creencias firmes, o reciben toneladas de información aunque no sepan ni para qué sirve. La idea es, en este tipo de trivial sociedad, pasarla bien -como se diría en tiquicia pasarla “pura vida”-, y consumir todo, pero sin esfuerzos, luchas o compromisos, aunque ello sea a costa de la propia caída de los valores humanos.
Sin duda, tal posición es muy lamentable, pues hoy no se genera un franco y detallado debate sobre cuestiones que son relevantes social e individualmente, como el valor de la familia, el sentido de una sana democracia, la óptima educación y protección de nuestros niños, el respeto real a los adultos mayores, o la necesidad de desarrollar un pensamiento más crítico en la población o la excesiva xenofobia contra algunos hermanos extranjeros.
¿Cuál debería ser, entonces, nuestra actitud frente a esta problemática que genera, día con día, seres más solitarios y vacíos moral, cultural, emocional e intelectualmente?...
Considero que, a toda costa, se debe hacer un esfuerzo por vencer esta “vida liviana”, esta existencia superficial, mediante la recuperación un auténtico sentido de respeto y honra tanto hacia nuestra sociedad como hacia nuestra vida personal, el desarrollo de las capacidades emocionales e intelectuales y un estado permanente de reencuentro con el humanismo. Ello significa volver a sustentar nuestra vida en el compromiso, la sensatez, la esperanza, el entusiasmo, la justicia y la dignidad. Se trata de poseer una actitud de mayor conciencia social e individual que nos lleve por más sustanciales, productivos y prósperos derroteros.
Por lo tanto, si no queremos pertenecer a esa “vida sin propósito” en donde sólo reina la indiferencia, lo insustancial, la mediocridad y la conformidad, debemos tomar muy en cuenta aquellas palabras que, muy sabiamente, predicaba ese gran líder espiritual hindú Mahatma Gandhi: “Es con solidaridad humana, empatía, tesón y compromiso, no con lo banal, que se debe nutrir nuestra vida, y la del propio pueblo que nos vio nacer”.

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