Sábado, 06 Noviembre 2010 08:39

Por la vigencia de nuestra fecunda cultura popular

El 31 de octubre se celebró en nuestro país el Día Nacional de la Mascarada Tradicional Costarricense, decretado así en 1997 durante el gobierno del ex presidente José María Figueres.
Sin duda, constituye una fecha que es digna de que la tengamos presente pues nos permite brindarle un reconocimiento a una práctica que simboliza una de las más auténticas y pintorescas celebraciones culturales que han colmado, y lo siguen haciendo, de colorido, vitalidad y esencia las calles y rincones de los poblados,  en especial porque nos encontramos en una época en donde este mundo globalizado nos impone una variedad de valores externos para imitar y, por ende, ha mermado el sentido de nuestra identidad.
Pues educar para rescatar y hacer conciencia de nuestras tradiciones, como la de las  mascaradas, es velar por la memoria de esa práctica, pero, además, significa esforzarse porque esa cultura popular legada por nuestros antepasados siga siendo protegida, siga latiendo y siga siendo asimilada en el alma de nuestra Patria, especialmente por las nuevas generaciones como parte intrínseca de la idiosincrasia costarricense.
Esto por el hecho de que aunque las manifestaciones culturales populares han sido las promotoras del proceso de formación de la identidad de los pueblos, injustamente se ha pensado en ellas como fenómenos ajenos a nuestra herencia social y desligadas de un arte “con mayores niveles de erudición o educación formal” que, bien o mal, se ha dado por llamar oficial, lo cual ha tenido el agravante de entorpecer el integral conocimiento popular de nuestra Patria.
Por lo tanto, por nuestro progreso social y espiritual, necesitamos conocer, respaldar y darle vigencia a  nuestras manifestaciones autóctonas existentes, y honrar a quienes con su empeño, con la defensa de valores históricamente arraigados en la sociedad nacional, y con el amor a su oficio, le han dado vigencia a este tipo de legados culturales populares.
Porque, definitivamente, hoy se hace una tarea imperiosa rescatar al país de esa pérdida de identidad cultural; valorar las creaciones de la cultura autóctona como la celebración, cada treinta y uno de octubre, del Día Nacional de la Mascarada Tradicional Costarricense; y promover, proyectar y apoyar los valores constitutivos de lo nacional popular.
Así lo afirma la estudiosa universitaria Carmen Murillo al expresar que “el patrimonio cultural de un pueblo constituye un valioso y variado acervo, que comprende el conjunto de conocimientos, prácticas sociales, creencias y elementos materiales, que son el producto de la experiencia histórica de cada sociedad y el sustento que moldea la identidad nacional”.
Por ello, bien vale el sincero y efusivo reconocimiento y agradecimiento para tantas mujeres y tantos hombres quienes, desde diversos lugares y, ¡bien a lo tico!, nos continúan  regalando los llamativos bailes y corretizas de La Segua, La Llorona, , El Diablito, La Calavera, La Giganta, El Gigante o El Padre sin cabeza.
Gracias por ayudarnos, tan fervientemente, en esta tarea de redescubrir la autenticidad y vigencia de nuestra fecunda cultura popular.
Gracias a ustedes, artistas de la tradición, porque por medio de sus prácticas nos ayudan a fortalecer los conceptos de identidad nacional e identidad cultural, los cuales, son fundamentales para reconquistar el alma y la conciencia popular de nuestra Patria.
Por eso no es de extrañar que Neruda les escribiera: “Son ustedes los que a mí me regalan la fuerza..., son ustedes, los artistas populares, los oscuros artistas, los que me dan la luz”.
El 31 de octubre se celebró en nuestro país el Día Nacional de la Mascarada Tradicional Costarricense, decretado así en 1997 durante el gobierno del ex presidente José María Figueres.
Sin duda, constituye una fecha que es digna de que la tengamos presente pues nos permite brindarle un reconocimiento a una práctica que simboliza una de las más auténticas y pintorescas celebraciones culturales que han colmado, y lo siguen haciendo, de colorido, vitalidad y esencia las calles y rincones de los poblados,  en especial porque nos encontramos en una época en donde este mundo globalizado nos impone una variedad de valores externos para imitar y, por ende, ha mermado el sentido de nuestra identidad.
Pues educar para rescatar y hacer conciencia de nuestras tradiciones, como la de las  mascaradas, es velar por la memoria de esa práctica, pero, además, significa esforzarse porque esa cultura popular legada por nuestros antepasados siga siendo protegida, siga latiendo y siga siendo asimilada en el alma de nuestra Patria, especialmente por las nuevas generaciones como parte intrínseca de la idiosincrasia costarricense.
Esto por el hecho de que aunque las manifestaciones culturales populares han sido las promotoras del proceso de formación de la identidad de los pueblos, injustamente se ha pensado en ellas como fenómenos ajenos a nuestra herencia social y desligadas de un arte “con mayores niveles de erudición o educación formal” que, bien o mal, se ha dado por llamar oficial, lo cual ha tenido el agravante de entorpecer el integral conocimiento popular de nuestra Patria.
Por lo tanto, por nuestro progreso social y espiritual, necesitamos conocer, respaldar y darle vigencia a  nuestras manifestaciones autóctonas existentes, y honrar a quienes con su empeño, con la defensa de valores históricamente arraigados en la sociedad nacional, y con el amor a su oficio, le han dado vigencia a este tipo de legados culturales populares.
Porque, definitivamente, hoy se hace una tarea imperiosa rescatar al país de esa pérdida de identidad cultural; valorar las creaciones de la cultura autóctona como la celebración, cada treinta y uno de octubre, del Día Nacional de la Mascarada Tradicional Costarricense; y promover, proyectar y apoyar los valores constitutivos de lo nacional popular.
Así lo afirma la estudiosa universitaria Carmen Murillo al expresar que “el patrimonio cultural de un pueblo constituye un valioso y variado acervo, que comprende el conjunto de conocimientos, prácticas sociales, creencias y elementos materiales, que son el producto de la experiencia histórica de cada sociedad y el sustento que moldea la identidad nacional”.
Por ello, bien vale el sincero y efusivo reconocimiento y agradecimiento para tantas mujeres y tantos hombres quienes, desde diversos lugares y, ¡bien a lo tico!, nos continúan  regalando los llamativos bailes y corretizas de La Segua, La Llorona, , El Diablito, La Calavera, La Giganta, El Gigante o El Padre sin cabeza.
Gracias por ayudarnos, tan fervientemente, en esta tarea de redescubrir la autenticidad y vigencia de nuestra fecunda cultura popular.
Gracias a ustedes, artistas de la tradición, porque por medio de sus prácticas nos ayudan a fortalecer los conceptos de identidad nacional e identidad cultural, los cuales, son fundamentales para reconquistar el alma y la conciencia popular de nuestra Patria.
Por eso no es de extrañar que Neruda les escribiera: “Son ustedes los que a mí me regalan la fuerza..., son ustedes, los artistas populares, los oscuros artistas, los que me dan la luz”.

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