Lunes, 18 Abril 2011 06:46

¿Cómo nos aprestamos a vivir la venidera Semana Santa?

En estos Días Santos que se aproximan el recogimiento interior se vuelve una necesidad imperiosa, no sólo como una forma de contemplar, intensamente, el sacrificio de amor perpetrado por Jesús mediante la fortaleza de su pasión, la misericordia de su muerte y la esperanza  de su resurrección; sino, también, como una manera de corresponder a todas las gracias obtenidas por Él.
Porque aunque asistamos activamente a las respectivas celebraciones de la Semana Mayor, podríamos quedarnos en lo meramente anecdótico sin que exista un vínculo congruente con nuestra fe. Pues vivir las directrices de Jesús, no se debe limitar a la simple participación de las celebraciones litúrgicas pues estas en realidad tienen razón de ser cuando existe en el corazón y en la mente de los humanos una actitud cristiana solidaria.
Ciertamente los costarricenses hemos sido testigos, y cuidado sino protagonistas, de egoísmos, violencia, intolerancias o injusticias, entre otras malsanas situaciones, tanto hacia nuestros compatriotas como hacia nuestros hermanos extranjeros. Por ello es válido preguntarse ¿cuántos de los que asistimos a las celebraciones de la Semana Mayor no estamos asumiendo una actitud superflua porque somos incapaces de hacer manifiesto, internamente, el real mensaje de Jesús?
Que no se nos olvide que el mensaje de luz de la Semana Santa no es sólo hablar de Dios y de su salvación, sino de que exista, efectivamente, una coherencia entre nuestra fe y nuestra actuación diaria. Significa que esas simbólicas manifestaciones litúrgicas se traduzcan en un sincero mensaje de paz, esperanza, respeto, tolerancia y perdón en nuestros hogares, o fuera de ellos.
Por eso, esta venidera Semana Santa, al igual que las próximas, tendría que ser un oportuno momento para respondernos ¿cuál es el Dios de mi fe?...  ¿Será el Dios afectuoso quien por amor nos entregó a su hijo para nuestra redención?, o ¿uno que está hecho a nuestra conveniencia?... ¿A cuál Dios dirigimos nuestras oraciones?... ¿Esos favores que solicitamos a Dios son los que responden a su plan de salvación o son los que nos interesan exclusivamente a nosotros?...
En definitiva, en estos próximos Días Santos deberíamos dejar un espacio en nuestras vidas para pensar ¿cuál es el Dios en el que creo?, ¿a quién considero mi hermano?, ¿cuál es la verdadera razón por la que Jesús fue crucificado, murió y resucitó?, ¿de qué manera nos aprestamos a vivir la venidera Semana Santa?...  Pues, ciertamente, esta vocación de amor por nuestros hermanos y por nosotros, requiere, absolutamente, la imitación del maestro; es decir, la muerte de Cristo nos invita a morir también, no físicamente, sino a suprimir el egoísmo, la injusticia, la indiferencia y la falta de respeto en miras de alcanzar nuestra resurrección a la comprensión para con nuestros semejantes.
Resucitar en Cristo es, más allá de las plegarias y los rituales, volver nuestra mirada al hambriento, al sediento, al pobre, al forastero, al desnudo, al enfermo, o al encarcelado, así, mediante este firme propósito de manifestar auténticamente nuestra fe para vivir como verdaderos cristianos, la pasión, muerte y resurrección de Jesús adquirirán un sentido más profundo, nuevo y trascendente, que nos lleve a gozar, por toda la eternidad, y pese a las tribulaciones de la vida, de la presencia de Cristo resucitado. Pues como escribiera el evangelista Juan: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
En estos Días Santos que se aproximan el recogimiento interior se vuelve una necesidad imperiosa, no sólo como una forma de contemplar, intensamente, el sacrificio de amor perpetrado por Jesús mediante la fortaleza de su pasión, la misericordia de su muerte y la esperanza  de su resurrección; sino, también, como una manera de corresponder a todas las gracias obtenidas por Él.
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Porque aunque asistamos activamente a las respectivas celebraciones de la Semana Mayor, podríamos quedarnos en lo meramente anecdótico sin que exista un vínculo congruente con nuestra fe. Pues vivir las directrices de Jesús, no se debe limitar a la simple participación de las celebraciones litúrgicas pues estas en realidad tienen razón de ser cuando existe en el corazón y en la mente de los humanos una actitud cristiana solidaria.
Ciertamente los costarricenses hemos sido testigos, y cuidado sino protagonistas, de egoísmos, violencia, intolerancias o injusticias, entre otras malsanas situaciones, tanto hacia nuestros compatriotas como hacia nuestros hermanos extranjeros. Por ello es válido preguntarse ¿cuántos de los que asistimos a las celebraciones de la Semana Mayor no estamos asumiendo una actitud superflua porque somos incapaces de hacer manifiesto, internamente, el real mensaje de Jesús?
Que no se nos olvide que el mensaje de luz de la Semana Santa no es sólo hablar de Dios y de su salvación, sino de que exista, efectivamente, una coherencia entre nuestra fe y nuestra actuación diaria. Significa que esas simbólicas manifestaciones litúrgicas se traduzcan en un sincero mensaje de paz, esperanza, respeto, tolerancia y perdón en nuestros hogares, o fuera de ellos.
Por eso, esta venidera Semana Santa, al igual que las próximas, tendría que ser un oportuno momento para respondernos ¿cuál es el Dios de mi fe?...  ¿Será el Dios afectuoso quien por amor nos entregó a su hijo para nuestra redención?, o ¿uno que está hecho a nuestra conveniencia?... ¿A cuál Dios dirigimos nuestras oraciones?... ¿Esos favores que solicitamos a Dios son los que responden a su plan de salvación o son los que nos interesan exclusivamente a nosotros?...
En definitiva, en estos próximos Días Santos deberíamos dejar un espacio en nuestras vidas para pensar ¿cuál es el Dios en el que creo?, ¿a quién considero mi hermano?, ¿cuál es la verdadera razón por la que Jesús fue crucificado, murió y resucitó?, ¿de qué manera nos aprestamos a vivir la venidera Semana Santa?...  Pues, ciertamente, esta vocación de amor por nuestros hermanos y por nosotros, requiere, absolutamente, la imitación del maestro; es decir, la muerte de Cristo nos invita a morir también, no físicamente, sino a suprimir el egoísmo, la injusticia, la indiferencia y la falta de respeto en miras de alcanzar nuestra resurrección a la comprensión para con nuestros semejantes.
Resucitar en Cristo es, más allá de las plegarias y los rituales, volver nuestra mirada al hambriento, al sediento, al pobre, al forastero, al desnudo, al enfermo, o al encarcelado, así, mediante este firme propósito de manifestar auténticamente nuestra fe para vivir como verdaderos cristianos, la pasión, muerte y resurrección de Jesús adquirirán un sentido más profundo, nuevo y trascendente, que nos lleve a gozar, por toda la eternidad, y pese a las tribulaciones de la vida, de la presencia de Cristo resucitado. Pues como escribiera el evangelista Juan: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

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