Viernes, 11 Enero 2008 18:00

Doña Milda

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 En medio del jolgorio de la navidad y el año, en silencio, con sus más de noventa años a cuestas se marchó de entre nosotros doña Luzmilda Mora viuda de Arguedas. Bajita de estatura, pero de un corazón enorme, guardaba un extraordinario parecido físico con la Madre Teresa de Calcuta.

 Nacida en Desamparados, un día  en compañía de su marido Jeremías, se vino de San Miguel de Higuito a recalar en tierras escazuceñas y ahí crío a sus ocho varones, todos hombres de bien, porque en esa casa de bahareque, las únicas enaguas eran las suyas.

 Doña Milda, como la conocíamos cariñosamente, no sólo era la madre biológica de sus muchachos, era la madre afectiva de no se cuantos más, siempre hacendosa y compañera, de su cocina, para entonces al humo de la leña, salían los más exquisitos platos, cómo olvidar la sopa de fideos a la que le agregábamos frijoles negros y algo tan sencillo salido como fruto de sus manos, nos sabía a gloria a los chiquillos de entonces.

 Eran los tiempos de un Escazú bucólico, de cafetales y pozas como La Cazuela, ubicada en los predios de la finca que ellos cuidaron, de tardes veraniegas de cogidas de café y sacada de achiote con la compañía de la radio, de donde salían para llenar la imaginación los radioteatros nacionales y otros que venían de fuera como: Kazán el Cazador, Rafles el Ladrón de las Manos de Seda, Los Tres Villalobos, que en nuestras mentes de chiquillos nos convertían en esos extraordinarios personajes.

 Doña Milda tuvo incontables ahijados, era la manera de los vecinos de acercarla a los eternos lazos familiares y quienes no fuimos llevados por ella a la pila del bautismo, la acogimos como la madre sustituta que velaba por los chiquillos descalzos que éramos entonces y a quienes curaba con sus amorosas manos, cuando un tropezón hacia estragos en los pies pegados al suelo polvoriento.

Ante su solo recuerdo no queda más que exclamar: “Gracias Señor por dejarla un día plantar su huella imborrable en esta tierra”

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