Durante las últimas décadas la educación ha experimentado cambios muy significativos gracias a los avances tecnológicos o la aplicación de nuevas metodologías y estrategias de enseñanza, sin embargo, el campo educativo, muy a pesar de los importantes cambios, no debe perder su norte, su esencia, su trascendencia, su orientación hacia el desarrollo integral de los alumnos, pues no se enseña solamente para ayer, incluso ni para hoy, sino, también, para mañana.
En este sentido, la educación adecuada sería aquella que también prepararía a los actuales estudiantes para desempeñarse en un tiempo distinto, con características, contextos y situaciones muy diferentes a las actuales. Claro que vale que los alumnos puedan enfrentar los retos que en el presente se le presentan pero, a la vez, deben contar con las herramientas para enfrentar aquellas problemáticas a futuro, se trata de prever para poder adaptarse y desempeñarse mejor a su entorno.
Recuérdese que la educación constituye en gran medida la vía a través de la cual se validan los patrones de interacción de los individuos en una comunidad. Además, los centros educativos pueden, dado su poder e influencia, permitir transformaciones culturales, incluso en un sentido romántico, cambiar el futuro. Pues pensar acerca del futuro constituye un requisito para educar, es pensar en lo que queremos lograr, y en cómo lo que se desea lograr se ajusta o es funcional a lo que los jóvenes experimentarán luego. Por ello es menester “vislumbrar el futuro”, no como una metáfora, sino como un objetivo, sin embargo, el futuro depende de muchas variables por eso mientras mayor información se pueda obtener, mayor claridad de los fines y mayor compromiso, se podrán diseñar mejores planes educativos y aspirar a una educación de calidad.
Por eso se debe tratar de que la educación contribuya a formar ciudadanos críticos; máxime que, de acuerdo con estudios diagnósticos, este logro sigue siendo una expectativa social no satisfecha producto de la aplicación de un proceso curricular y de enseñanza que a veces no considera procesos cognitivos complejos como el análisis, la interpretación, la evaluación y el enjuiciamiento lógico, ni utiliza la técnica de la pregunta para estimular el pensamiento divergente, y, con ello, formar a un estudiante capaz de decidir qué hacer o en qué creer.
Una educación que facilite la adquisición de aquellos valores y actitudes que permitirán un desarrollo personal continuo en un contexto con características diferentes a las experimentadas a la actual, desde las propias percepciones de los alumnos de acuerdo con su evolución en un determinado contexto socio-económico, cultural e incluso biológico diferente, hasta el fomento de habilidades como la prudencia, la curiosidad intelectual, la autonomía y la integridad.
Porque al fin y al cabo, la tarea de la educación no es la de imponer a los alumnos determinadas ideas, ni menos pensar que estas son las mejores o las correctas, sino la de motivar y despertar en el estudiante sus propias ideas, sueños, curiosidades para compartirlos en beneficio individual y social.
Entonces ahora que ya algunos han iniciado las lecciones, o que otros las tienen a la vuelta de la esquina, y que, además, el Ministerio de Educación está proponiendo una transformación del período lectivo, más allá de cambios estructurales, lo que debe primar es el comprender que hoy precisa educar para pensar, para motivar, para actualizar, para incluir, para orientar, para proponer, para innovar, en fin, plasmar una educación para el desarrollo y la auto-realización.
Durante las últimas décadas la educación ha experimentado cambios muy significativos gracias a los avances tecnológicos o la aplicación de nuevas metodologías y estrategias de enseñanza, sin embargo, el campo educativo, muy a pesar de los importantes cambios, no debe perder su norte, su esencia, su trascendencia, su orientación hacia el desarrollo integral de los alumnos, pues no se enseña solamente para ayer, incluso ni para hoy, sino, también, para mañana.
En este sentido, la educación adecuada sería aquella que también prepararía a los actuales estudiantes para desempeñarse en un tiempo distinto, con características, contextos y situaciones muy diferentes a las actuales. Claro que vale que los alumnos puedan enfrentar los retos que en el presente se le presentan pero, a la vez, deben contar con las herramientas para enfrentar aquellas problemáticas a futuro, se trata de prever para poder adaptarse y desempeñarse mejor a su entorno.
Recuérdese que la educación constituye en gran medida la vía a través de la cual se validan los patrones de interacción de los individuos en una comunidad. Además, los centros educativos pueden, dado su poder e influencia, permitir transformaciones culturales, incluso en un sentido romántico, cambiar el futuro. Pues pensar acerca del futuro constituye un requisito para educar, es pensar en lo que queremos lograr, y en cómo lo que se desea lograr se ajusta o es funcional a lo que los jóvenes experimentarán luego. Por ello es menester “vislumbrar el futuro”, no como una metáfora, sino como un objetivo, sin embargo, el futuro depende de muchas variables por eso mientras mayor información se pueda obtener, mayor claridad de los fines y mayor compromiso, se podrán diseñar mejores planes educativos y aspirar a una educación de calidad.
Por eso se debe tratar de que la educación contribuya a formar ciudadanos críticos; máxime que, de acuerdo con estudios diagnósticos, este logro sigue siendo una expectativa social no satisfecha producto de la aplicación de un proceso curricular y de enseñanza que a veces no considera procesos cognitivos complejos como el análisis, la interpretación, la evaluación y el enjuiciamiento lógico, ni utiliza la técnica de la pregunta para estimular el pensamiento divergente, y, con ello, formar a un estudiante capaz de decidir qué hacer o en qué creer.
Una educación que facilite la adquisición de aquellos valores y actitudes que permitirán un desarrollo personal continuo en un contexto con características diferentes a las experimentadas a la actual, desde las propias percepciones de los alumnos de acuerdo con su evolución en un determinado contexto socio-económico, cultural e incluso biológico diferente, hasta el fomento de habilidades como la prudencia, la curiosidad intelectual, la autonomía y la integridad.
Porque al fin y al cabo, la tarea de la educación no es la de imponer a los alumnos determinadas ideas, ni menos pensar que estas son las mejores o las correctas, sino la de motivar y despertar en el estudiante sus propias ideas, sueños, curiosidades para compartirlos en beneficio individual y social.
Entonces ahora que ya algunos han iniciado las lecciones, o que otros las tienen a la vuelta de la esquina, y que, además, el Ministerio de Educación está proponiendo una transformación del período lectivo, más allá de cambios estructurales, lo que debe primar es el comprender que hoy precisa educar para pensar, para motivar, para actualizar, para incluir, para orientar, para proponer, para innovar, en fin, plasmar una educación para el desarrollo y la auto-realización.