Lunes, 25 Marzo 2013 07:15

Un nuevo rostro del amor

“Tú eres la vida, la semilla, el fruto y la flor; / manantial que no se agota jamás; / la luz encendida que nos guía en el camino a la paz; / la esperanza de un futuro mejor: el Rostro del Amor”. Estos simbólicos versos, magistralmente interpretados por la afamada cantante argentina Amanda Miguel, son los que le dan cuerpo a la canción El rostro del amor, tema emblema que México le dedicara a Juan Pablo II en su segunda visita a dicho país.

 

 

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Sin duda una melodía que encarna el reflejo de lo que debe constituir la Santa Misión de todo aquel hombre quien, bajo la insignia del amor verdadero al prójimo, lleve las riendas de la cabeza de la Iglesia Católica. Hoy, es al Sumo Pontífice Francisco a quien le corresponde hacer patente este nuevo rostro del amor mediante el cultivo de los más profundos principios espirituales de esperanza, compromiso social, perfeccionamiento, humildad y conciliación humana, como la manera más idónea para alcanzar nuestra paz social e interna.
Además, hoy, más que nunca, ante el palpitar de este nuevo Papa entre nosotros, y ante las recurrentes críticas a la Iglesia, debe regocijarnos la esperanza de una resurrección del amoroso legado de luz, fe, perdón y esperanza que Dios hecho hombre le heredó a la humanidad entera, y que hoy se revitalizan con este reciente nombramiento.
Hoy, es tiempo oportuno para resucitar en nuestros espíritus la esperanza de que este nuevo Papa, con extrema solidaridad, hermanará los pueblos del mundo; se hermanará con los enfermos física y espiritualmente; con los desvalidos; los encarcelados; con quienes tienen diferentes ideologías; los marginados; quienes padecen hambre y guerra; con los jóvenes; con los niños; con los adultos mayores…; con todo su rebaño para apacentarlo.
Definitivamente, la del Papa Francisco debe ser una humanística misión de evangelización por un mundo más fraterno, la cual, más allá de cualquier credo, cualquier nacionalidad y cualquier intento de opacar la figura papal, todos deberíamos también comprometernos a emular, pues en estos tiempos de tantas injusticias y pérdida de valores, es con el ejemplo de esos grandes líderes espirituales que podremos alimentar nuestros espíritus y nuestra sociedad de esa paz, respeto y justicia tan necesarias para seguir creyendo que la fe todavía mueve montañas.
Por ello, ciertamente, hoy nos debemos alegrar por la designación de este nuevo evangelizador; de este nuevo rostro del amor; de esa nueva poesía viva que se agita espiritualmente entre el pueblo católico para hacer morar y vibrar con más destello en nuestros pensamientos y nuestras almas, ahora mediante su ejemplo, sus enseñanzas, su palabra, sus escritos e iniciativas institucionales, el legado de amor con el que Dios prodigó este mundo. Y pareciera que lo está empezando a demostrar con creces con sus primeras acciones.
Roguemos porque cada día su gestión de amor a la Iglesia y la humanidad comience a iluminar, paso a paso, con mayor firmeza y presencia. Roguemos porque su sagrada misión evangelizadora colme de múltiples bendiciones a nuestro mundo. Roguemos porque este hombre, con perseverancia, sabiduría y fortaleza, le haga comprender al mundo, y se manifieste también en él, que el poder de Dios nos debe llevar lejos de cualquier tipo de intolerancias, nacionalismos exasperados, racismos e injusticias, pues tal y como lo manifestaba el Beato Juan Pablo Segundo en su libro El umbral de la esperanza, “para liberar al hombre contemporáneo del miedo a sí mismo, del mundo, de los otros hombres, los poderes, las intolerancias o los sistemas opresores, es necesario que cultive en su corazón el verdadero amor de Dios que es el principio de la sabiduría”. Así sea…

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