Lunes, 10 Octubre 2011 05:08

“Somos un país de ratones, gobernado por gatos…”

Uno de estos días, una compañera de trabajo me pasó por correo el discurso que el político canadiense Thomas C. Douglas, pronunciara en medio del aplauso acalorado de quienes le escuchaban.  Aquel discurso era un jocoso video  llamado “Tierra de Ratones”, que bajo el disfraz de una fábula, revelaba una realidad tan cruda, como la  que viven hoy sociedades como la nuestra, que bajo el ala de una democracia electoramente muy activa; cada cuatro años, cumple el ritual de la elección que no revoluciona nada, que no resuelve nada y que ha venido prolongando la cultura de la chambonada, de las Juntas de Notables que no hacen notar nada, de la improvisación y de los parches que nos tienen abandonados como nación que dice perseguir su desarrollo.
El discurso narraba la historia de un país de ratones, en el que se tenía la democracia como sistema político y en el que cada 4 años se elegía a los gatos como representantes del pueblo.  Esos gatos, aprobaban leyes que ayudaban a los ratones pero que los beneficiaban muchas veces más a ellos y a sus propios intereses o que una vez aprobadas tenían que volverse a tramitar porque los roces inconstitucionales o las desproporciones, las hacían inaplicables o simplemente, por pose electorera,   motivaban cambios oportunistas para congraciarse con las masas y perpetuar así las discusiones de posibles ajustes por largos años.
Conforme pasaba el tiempo y los ratones observaban con frustración que los gatos negros que elegían no resolvían los problemas y más bien estos se hacían más intensos, decidieron elegir gatos blancos,  que incorporaban cambios pero más cosméticos que estructurales y eso hacía que los problemas de la población de ratones siguieran siendo los mismos o peores que los anteriores.  En fin, el país había caído en un desgobierno total y la cosa estaba paralizada.
Tal y como ustedes –queridos oyentes de PANORAMA- están pensando, yo creo también que aquel país de ratones no se diferencia en mucho de la realidad que vive nuestra querida Costa Rica desde hace ya varios años.   Allí vemos a los gatos que siempre repiten y han estado allí,  unas veces en la Asamblea Legislativa, otras veces en los ministerios, y otras en las alcaldías; o bien, en las Juntas Directivas, Presidencias Ejecutivas o Gerencias de las autónomas y de los bancos.
A estos, les sienta más que bien la comparación con un gato,  pues al igual que estos, siempre caen parados y aunque su gestión sea mala, siempre terminan siendo reubicados en otro puesto de igual o mejor nivel, con el que pueden seguir pegaditos a las mamas del Estado, que por ser de todos no es de nadie; y en el que, el poder de los escritorios y tramitologías asfixiantes,  prolongan el vacilón de la inejecución y el estancamiento.
Esta reflexión siempre es oportuna pero más en tiempos como los que vive nuestra democracia,  urgida de que nos hagan un pueblo más crítico, un pueblo no solo alfabetizado sino educado. Un pueblo  que exprese con respeto sus ideas, pues como el mismo Tomas C. Douglas dijo al cerrar su discurso: “…se puede encerrar un hombre pero no se puede encerrar una idea”
Uno de estos días, una compañera de trabajo me pasó por correo el discurso que el político canadiense Thomas C. Douglas, pronunciara en medio del aplauso acalorado de quienes le escuchaban.
Aquel discurso era un jocoso video  llamado “Tierra de Ratones”, que bajo el disfraz de una fábula, revelaba una realidad tan cruda, como la  que viven hoy sociedades como la nuestra, que bajo el ala de una democracia electoramente muy activa; cada cuatro años, cumple el ritual de la elección que no revoluciona nada, que no resuelve nada y que ha venido prolongando la cultura de la chambonada, de las Juntas de Notables que no hacen notar nada, de la improvisación y de los parches que nos tienen abandonados como nación que dice perseguir su desarrollo.
El discurso narraba la historia de un país de ratones, en el que se tenía la democracia como sistema político y en el que cada 4 años se elegía a los gatos como representantes del pueblo.
Esos gatos, aprobaban leyes que ayudaban a los ratones pero que los beneficiaban muchas veces más a ellos y a sus propios intereses o que una vez aprobadas tenían que volverse a tramitar porque los roces inconstitucionales o las desproporciones, las hacían inaplicables o simplemente, por pose electorera,   motivaban cambios oportunistas para congraciarse con las masas y perpetuar así las discusiones de posibles ajustes por largos años.
Conforme pasaba el tiempo y los ratones observaban con frustración que los gatos negros que elegían no resolvían los problemas y más bien estos se hacían más intensos, decidieron elegir gatos blancos,  que incorporaban cambios pero más cosméticos que estructurales y eso hacía que los problemas de la población de ratones siguieran siendo los mismos o peores que los anteriores.  En fin, el país había caído en un desgobierno total y la cosa estaba paralizada.
Tal y como ustedes –queridos oyentes de PANORAMA- están pensando, yo creo también que aquel país de ratones no se diferencia en mucho de la realidad que vive nuestra querida Costa Rica desde hace ya varios años.   Allí vemos a los gatos que siempre repiten y han estado allí,  unas veces en la Asamblea Legislativa, otras veces en los ministerios, y otras en las alcaldías; o bien, en las Juntas Directivas, Presidencias Ejecutivas o Gerencias de las autónomas y de los bancos.
A estos, les sienta más que bien la comparación con un gato,  pues al igual que estos, siempre caen parados y aunque su gestión sea mala, siempre terminan siendo reubicados en otro puesto de igual o mejor nivel, con el que pueden seguir pegaditos a las mamas del Estado, que por ser de todos no es de nadie; y en el que, el poder de los escritorios y tramitologías asfixiantes,  prolongan el vacilón de la inejecución y el estancamiento.
Esta reflexión siempre es oportuna pero más en tiempos como los que vive nuestra democracia,  urgida de que nos hagan un pueblo más crítico, un pueblo no solo alfabetizado sino educado. Un pueblo  que exprese con respeto sus ideas, pues como el mismo Tomas C. Douglas dijo al cerrar su discurso: “…se puede encerrar un hombre pero no se puede encerrar una idea”

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