Martes, 25 Junio 2013 08:36

Sin pasión no hay convicción…

Así hablaba el autor de un artículo que leí hace muchos años, refiriéndose al acto de educar. Eso de que sin pasión no hay convicción no puede ser; sin embargo, algo propio del acto de educar sino que debemos aplicarlo a todos los ámbitos de la vida.

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Hacer las cosas sin pasión y por supuesto sin convicción, es lo que nos tiene sumidos en este desmadre que vive nuestra sociedad, es la causa del cansancio de que las cosas no cambien y de que esta Costa Rica sea cada vez menos rica en valores y menos consecuente con la responsabilidad histórica que nos otorga ser una de las democracias más antiguas de América.
Recientemente, ha muerto un hombre joven, defensor de una causa poco rentable para él en términos de dinero pero altamente gratificante en términos de la realización como ser humano y sobre todo, una causa llevada adelante con ese componente de vida que ha de ser el motor de cuantos emprendimientos hagamos como seres humanos.
Con pasión Síhay convicción y Jairo es sin duda, una prueba contundente de esta realidad. Que un hombre haya dedicado su corta vida a la defensa de una causa con tanta pasión es una prueba clara de que –como dijo el poeta español Miguel Hernández- “la juventud siempre vence, la juventud siempre avanza”. Es en la vida casi anónima hasta su muerte, que este biólogo de pasión, hiciera desbordar todas sus energías. ”Era su pasión, él creía en salvar a las tortugas. Podría caminar 20 kilómetros por la playa cuidando nidos y marcando tortugas” reseña un medio internacional. ¿No era eso pasión? ¿No había acaso convicción allí?
Las pruebas de pasión con convicción abundan en Costa Rica pero desgraciadamente a veces sabemos de ellas cuando ocurren desgracias como esta, quenos desgarran el corazón y que exponen la parte fea de esta nación. A veces, la pasión de unos pareciera más bien la destrucción de las conquistas pasadas, la desatención a las luchas nobles como la de Jairo y la de tantos otros que se dedican de sol a sol al logro de objetivos nobles.
Esta muerte ha dejado a una familia costarricense destrozada y la impunidad del crimen dejará a este héroe clamando desde el cielo que se detenga ya el secuestro de zonas costeras a manos de los delincuentes, auspiciados por la incapacidad de apresar a los responsables y fortalecidos con la indiferencia de otros.
La declaración de un funcionario de altísimo nivel en un canal internacional, “justificando” esta brutalidad en la sobreexposición del joven y la aceptación sin reparo de ese señor, de que quienes mandan en la zona son grupos de delincuentes organizados, nos desnuda y nos avergüenza. No hay duda de que en la zona de confort que da un puesto así, con facilidad se pierde la capacidad de ver más allá de los lentes y que a veces es mejor alguien callado que verborreando.
¿Cómo hacer para que la pasión y la convicción en lo que hacemos se desborde e invada a todo este pueblo? Necesitamos liderazgos reales, una movilización de las conciencias de la gente, requerimos menos tiempo perdido en superficialidades y más horas de estudio, de lectura sana, de compartir familiar, de rescate de valores. En fin, más pasión con convicción.
El cambio debe nacer en el corazón de las personas porque la imposición no sirve, pero el cambio se gesta a partir de los ejemplos de gente que experimente la pasión y la convicción por lo que hace. El convencimiento es el aliado perfecto para alcanzar este objetivo, que ha de ser la base del desarrollo para los próximos años. Sin pasión no hay convicción, sin convicción no hay amor y sin amor no hay país, no hay sociedad y tampoco habrá planeta.
Jairo es y deberá seguir siendo por siempre, un referente de pasión. Un ejemplo de que las convicciones hacen de la vida algo bueno. Que Jairo encuentre el descanso eterno, que a los responsables les alcance la justicia terrena, porque la divina la ejercerá Dios y que los funcionarios torpes dejen de decir tonteras…
Que las generaciones futuras recuerden a Jairo y lo imiten como un apasionado, como un endiosado que se sacrificó hasta la muerte. No por dinero ni reconocimiento alguno, sino por la pasión de sus convicciones.

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