Jueves, 12 Septiembre 2013 07:25

Qué viva la Selección Nacional de Costa Rica

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Me encanta el futbol. Es el deporte que aman las mayorías en nuestro país y en el mundo. Más que un deporte, puede ser una metáfora de la vida. El escritor Eduardo Galeano le dice “las huellas dactilares de un pueblo”. Costa Rica bebe y come futbol. ¿Para qué negarlo?

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El país se une alrededor de la Selección Nacional. Hasta las personas que no están enteradas de los detalles del campeonato nacional, o que entienden poco de futbol, detienen lo que están haciendo cuando juega el equipo de todos. El momento de mayor audiencia de medio de comunicación alguno en nuestra patria se da en la radio, y es durante las transmisiones de futbol. Ni siquiera en esto, la televisión alcanza a la radio.
Tuve la experiencia de ir a recibir a los muchachos de la Selección Nacional de Costa Rica en el aeropuerto Juan Santamaría, a las tres de la madrugada, pocas horas después del partido contra Jamaica. Aunque al principio me pareció una fiesta estaba pasada de tragos, yo, que estaba sobrio, también lloré cuando pasaron los muchachos frente a nosotros. Sentí en el pecho el amor por la patria de Debravo, de Calderón Guardia, de Don Pepe. Sentí en el alma mi amor por los pueblos de Guanacaste y del Valle Central. Sentí que aquella muchachada que saludaba desde un bus representa a los campesinos de Zarcero y de Pacayas, a la gente que se levanta de madrugada a tomar un bus para ir a su trabajo, a los chiquitos que van a las escuelas rurales, a las personas que trabajan de día y van a un colegio nocturno, a quienes hacen tamales en los turnos y a quienes se ganan la vida vendiendo productos de la tierra o comida en los mercados. Sentí que la fuerza de los volcanes estaba con ellos. Sentí al volcán Rincón de la Vieja con su cara verde y su cara de piedra, al picudo y pispireto volcán Arenal, al verde puro del Poás, el rostro lunar del Turrialba y el turquesa del Irazú… Sentí las aguas que bajan del cielo en Río Celeste y en Río Pénjamo, sentí los bosques enanos del páramo del Cerro de la Muerte y el Chirripó, sentí la bravura salvaje de los bosques que llegan hasta Cahuita y Tortuguero, sentí la malacrianza de nuestros ríos que le dan sus aguas al río San Juan, sentí la belleza multicolor de nuestros atardeceres, la síntesis de Dios en nuestras orquídeas y el beso profundo que Dios nos da en el vuelo de nuestros colibríes… Sentí a la Costa Rica honda y vasta, de los humedales, de los parques nacionales, de las ballenas jorobadas y los delfines, la Costa Rica que saca el sustento de la tierra en Tierra Blanca y Llano Grande, la Costa Rica de las llanuras de San Carlos y de Guápiles, la Costa Rica que tiene tres mil templos católicos, la Costa Rica que se acuesta tarde y la Costa Rica que madruga. Sentí a mi país. Quise agarrar un puñado de tierra y restregármela en el pecho. Eso provoca el futbol. Hay que sacar lo mejor de la patria ahora que vamos, de nuevo, para un mundial. Es hora de ponerse de pie y de trabajar más fuerte por esta patria de Dios.

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