Viernes, 06 Agosto 2010 20:59

La grandeza de un festival de música que es único en el mundo

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El Festival de Música Credomatic cumple veinte años de existencia. Es, sin duda, una gran actividad cultural, un gran referente, una vitrina, una ventana para Costa Rica. Así como la transformación de la Orquesta Sinfónica Nacional, de los años 70, establece un antes y un después en la música nacional, el Festival de Música Credomatic es un parte aguas. En estos veinte años, han venido a Costa Rica más de mil músicos de 47 países, se han dado más de 700 (sí, setecientos) conciertos en más de 70 sitios del país. Cuando escribimos sitios, son localidades, muchas de ellas rurales. Porque un gran acierto de este festival es que democratizó la oferta cultural.

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Lleva conciertos de música clásica a Puerto Viejo de Talamanca, La Virgen de Sarapiquí, Quepos, Jacó, Grecia, San Ramón, Puntarenas, numerosas playas de Guanacaste, Santa Rosa de Santo Domingo de Heredia, Las Mercedes de Guácimo y Monteverde de Santa Elena de Puntarenas, para citar algunos de los más espectaculares o emblemáticos pueblos. He asistido a conciertos bellísimos en sitios paradisíacos como Sarapiquí Rainforest Lodge (antiguo Centro Neotrópico Sarapiquís); Villa Caletas, EARTH, INBioParque y Sí Cómo No, en Manuel Antonio, para citar algunos que recuerdo con mucho cariño.

Es espléndida la combinación de arte y bosque, de música y playa, de lo apoteósico de la creación humana y lo sublime del paisaje costarricense. Todo esto gracias a la visión de Jordi Antich, un músico costarricense, de padres catalanes, graduado en Moscú, que tuvo el gran acierto y ha tenido la perseverancia, el tesón, el coraje, el empuje, la garra, el aplomo, la fuerza y el carácter para sostener este sueño con alas durante  veinte años. Ha sido posible gracias a la inteligencia y la sensibilidad del equipo humano de Credomatic y a decenas de empresas que ayudan de una u otra manera.

También ha sido acertado el papel de la prensa, que se dejó de mezquindades y ha tenido la entereza y la voluntad de ayudarle a don Jordi y al festival, que no habría sido tan exitoso sin la gran cantidad de artículos, semblanzas, reportajes y menciones en medios de comunicación. Y el público costarricense responde a la altura. He visto espectáculos repletos en el templo hermosísimo de Grecia, en el templo elegantísimo de San Ramón, en el Teatro Nacional, en INBioparque y en hoteles como Sí Cómo No, en Quepos, donde hasta los monos cariblancos parece que reservaron espacio en los árboles que besan las cimas de las lindas instalaciones. Vi a un hombre amarrar dos vacas en la cerca, al lado del salón donde se presentaron unos músicos en Monteverde. Entró al salón con sus botas de hule. Aplaudió al final con toda su energía. Se acercó a agradecer por la oportunidad. Así como él, yo me quito el sombrero, aplaudo de pie, silbo, chiflo, ovaciono, beso la mano de las mujeres que acompañan a don Jordi y le digo a él que muchas gracias por existir, porque este festival ha traído músicos de todos los países de Europa y los países más grandes de Asia, porque ha permitido conocer mejor la música de América Latina y el Caribe, porque permite que nuestros músicos se rocen con otros grandes músicos, porque Costa Rica ya no es un país más para las grandes academias y orquestas del mundo, y porque tenemos un festival que es único, que es diferente, que es fuera de serie. Hay grandes festivales en el mundo, más grandes o más pequeños, pero nuestro Festival de Música Credomatic ya tiene un lugar único en el planeta. Eso es mucho decir en un país pequeño y pobre, pero que puede soñar en grande. Eso es enseñar el camino, mostrar la senda, ir dejando una huella profunda, un surco, una semilla, un amanecer

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