Jueves, 31 Enero 2013 05:31

El premio a la productividad

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José  Alberto Castillo era un muchacho de pueblo. Era tan distante y remoto su pueblo que cuando terminó la escuela, debió esperar un tiempo porque no había un colegio cerca.  

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Tenía poco más de 20 años cuando decidió empezar un negocio en una pequeña parcela del ITCO (después IDA y hoy INDER), convertida en una próspera comunidad. Era un muchacho de una familia enorme, y un rosario de hermanos, que había estudiado en la Escuela Técnica Agrícola de Santa Clara de San Carlos gracias a una beca. La vida lo puso en esa colonia agrícola, y con poco más de 20 años, ya era el Presidente de la Asociación  de Desarrollo del Comité de Deportes y la Junta Edificadora de la Iglesia Católica. Empezó su almacencito en un galerón de ocho metros de ancho por ocho  metros de largo, en el que la gente chocaba la cabeza contra las monturas por la poca altura del techo. Arrancó en un lote fiado, y con tres cajitas de productos que Castillo podía cargar en sus manos. Hoy, casi 35 años después, tiene una corporación con más de mil quinientos trabajadores y muchas empresas. Llevan bienestar y desarrollo a toda la Zona del Caribe, el Norte de Costa Rica, el sur de Costa Rica, y todas las zonas rurales del país. De él aprendo todos los días la importancia de creer en los sueños, aprender a esperar a decidirse y esperar…Aprendo de él que igual valen el gerente y los choferes, que las manos que dan siempre están llenas, y que el ser humano está por encima de los negocios. Con este comentario, le hago un homenaje al más grande empresario guapileño de todos los tiempos. Hace poco, recibió dos reconocimientos, y asistí a ambas actividades. La primera fue el que estuviera en la cátedra bancaria anual del Banco de Costa Rica, junto a dos titanes, Ramón Mendiola, gerente general de Florida Bebidas, y Francis Durman, gerente general de Durman.  Cuando escuché a José Alberto Castillo, suelto, fresco, desenvuelto, pensé que ahí, en la tarima principal del centro de convenciones del Hotel Herradura, estaba hablando de su esfuerzo de casi 35 años, aquel muchacho proveniente de una familia pobre de Guápiles, que de niño cortaba hojas a la orilla de los ríos de Guápiles, para venderlas en una carnicería, que estuvo entre los primeros estudiantes, quiero decir, de la primera  generación de mi único colegio, el Colegio Agropecuario de Pococí, que empezó en una estructura de pocos metros en Cariari de Pococí, cuando lo despidieron del antiguo ITCO, del antiguo IDA, donde era un técnico.  La segunda actividad en la que lo vi, fue en la entrega de un reconocimiento anual que realiza la Cámara de Insumos Agropecuarios. Un premio por su productividad. No ha abandonado sus raíces. No ha abandonado a su pueblo. Vive aquí, entre nosotros, en el nuevo distrito de La Colonia, donde hay una gran cantidad de colaboradores de sus empresas. Sigue siendo el mismo hombre sencillo. Eso es lo mejor de todo.

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