Carlos Díaz Chavarría

Carlos Díaz Chavarría

En esta época tan especial, en este tiempo de alegría y convivio familiar, cuando la Navidad ya se encuentra aquí, qué especial momento para reflexionar, compartir,  perdonar, y  ser cada vez mejores humanos, pues es una gran bendición que se nos permita, nuevamente, que Dios nazca en nuestros corazones.
Sin duda, la Navidad constituye un crecimiento interno inminente pues en esa mágica noche estaremos celebrando el nacimiento histórico de Jesús y la presencia de Dios entre nosotros. Una encarnación en donde Dios tiene la delicadeza de esperar el consentimiento de aquella pareja de Nazareth, José y María.
De esta manera Jesús es fruto del diálogo más perfecto entre Dios y los hombres, fruto de la escucha de la Palabra de Dios y de su obediencia por parte de aquellos esposos. Sólo así podría Dios encarnarse y salvarnos siendo “Dios con y entre nosotros”. En la misma Sagrada Escritura se nos dice que Dios no puede vivir entre nosotros sin nuestro consentimiento.
No obstante, en estos días generalmente las personas la pasan tan ocupadas con, por ejemplo, la compra de regalos, fiestas o preparación de platillos especiales que a muchas se les olvida por completo sentarse a reflexionar sobre el valor del nacimiento de Jesús, a reconocer su impacto en nuestras existencias y, por lo tanto, a consentir, “decir sí”, a Dios en nuestras vidas.
Valga tener presente, entonces, que la encarnación de Dios entre nosotros hace más de dos mil años, además de representar un hecho histórico que ha marcado la historia de vida de millones de personas, también simboliza el recordatorio de que Jesús sigue viviendo entre nosotros: en la sonrisa e inocencia de un niño, en el aroma de una flor, en la magia de un amanecer o un anochecer, en la lluvia, en el abrazo de una madre o un padre, en los soplidos del viento, en el consuelo de un enfermo o un desamparado, en nuestra capacidad de pensar y sentir, en los alimentos de cada día, o en los pliegues de sabiduría de los ancianos.
Por lo tanto, si Él sigue viviendo entre nosotros, y de tantas maneras, deberíamos replantearnos ¿cómo lo recibiremos en nuestros hogares esta Navidad?... ¿Con regalos y fiestas solamente?... ¿Con una actitud superficial y rutinaria?...
Ciertamente Dios necesita de nuestra escucha, de nuestro diálogo, de nuestra acción, pues existen muchas situaciones como el desorden social existente, las familias desintegradas, los hijos alejados u olvidados por sus padres, los cientos de casos de intolerancia, la violencia intrafamiliar, en fin, tantas situaciones en las cuales se evidencia que hemos dejado a Dios a un lado y no hemos deseado que se encarne entre nosotros.
Ante este panorama, ojalá que el gozo de esta Navidad sea sincero y profundo, y no solamente basado en unos regalos, una comida o una rutinaria celebración. Ojalá esta Navidad nos llene de gozo el contemplar a Jesús presente en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestros trabajos, y que nos ayude a no perder la esperanza de poderlo contemplar también, a plenitud, en nuestra sociedad, en nuestras relaciones con nuestros hermanos nacionales y extranjeros.
Vivamos estos días de Navidad con Jesús naciendo en nuestras almas. Que Jesús no se convierta, una vez más, en el extraño invitado de nuestros hogares ni de nuestras vidas, sino el verdadero protagonista, y de esta manera todos los creyentes, a una sola voz, exclamar: ¡Alabado sea el verbo encarnado!
¡Feliz Navidad estimadas y estimados oyentes de Panorama!
En esta época tan especial, en este tiempo de alegría y convivio familiar, cuando la Navidad ya se encuentra aquí, qué especial momento para reflexionar, compartir,  perdonar, y  ser cada vez mejores humanos, pues es una gran bendición que se nos permita, nuevamente, que Dios nazca en nuestros corazones.
Iniciar un año como si nada, es una enorme irresponsabilidad, pues un año de vida es un regalo muy grande como para desperdiciarlo. El inicio de un nuevo año es el momento para reunir las fuerzas y toda la ilusión para comenzar el mejor tiempo de la vida, porque el que se proponga convertir este en su mejor año, lo puede lograr.
El año nuevo es una oportunidad más para convertir la vida, el hogar o el trabajo en ámbitos distintos. "Quiero una vida diferente”, “voy a comenzar bien”, “sí puedo lograrlo”, “¿qué requiero para hacerlo?”, “¿por qué no cumplí las metas en este año?”, “¿qué dejé de hacer?”, “¿en qué debo cambiar?”…,  son algunos pensamientos que podrían ayudarnos a terminar bien el dos mil diez y comenzar mejor el dos mil once.
Quizá el dos mil diez no fue el mejor año, pero por qué no pensar que el dos mil once va a ser distinto;  es un deseo, es un propósito, es una voluntad, y no debemos echarlo a perder. No olvidemos que tenemos otra oportunidad la cual no debemos desperdiciar porque la vida es realmente breve. Ya lo afirmaba el poeta inglés Robert Browning: “Ama un solo día, y el mundo habrá cambiado”.
Entonces por qué no aventurarnos a decir: "Desde hoy, desde este primer día, desde bien temprano, todo será distinto” En mi hogar, voy a desterrar ese egoísmo e indiferencia que tantos males provoca, voy a estrenar un nuevo amor con mi familia, seré mejor padre, madre, hermano o hijo.
Seré también distinto en mi trabajo, no porque vaya a cambiarlo, sino por el firme compromiso de ser mejor en él, en vez de quejarme por levantarme temprano y salir tarde, agradeceré que tengo con qué obtener el pan de cada día mientras hay tantos quienes hoy están desempleados.
Incluso podríamos desempolvar nuestra solidaridad para poner un poco más de empatía y generosidad en nuestra jornada diaria. La sociedad debería cansarse de seguir siendo egoísta, apática, intolerante, violenta, irrespetuosa e injusta. Aspiremos a otro estilo de vida, a otra forma de ser, una más positiva, más fraterna, juiciosa y humana…, ¿por qué no intentarlo?...
De ahí deberíamos sacar los grandes argumentos para enfrentar el dos mil once; las grandes razones para un cambio radical en donde no queramos resignarnos a ser iguales, sino a luchar, a trabajar, a crecer, progresar, y a querer empezar un nuevo año positivamente. De nosotros, exclusivamente, depende el qué vamos a hacer con él, cuáles serán nuestras metas y con cuál actitud vamos a enfrentarlo…
Por ello, el momento es propicio para reflexionar internamente sobre experiencias pasadas, situaciones presentes y el porvenir. Para aprender del pasado, disfrutar el presente y construir un futuro mejor. Lógicamente, siempre podemos escoger entre vivir el mundo tal cual lo conocemos o cambiarlo por el que deseamos, la decisión al final es, si así lo queremos, de cada uno según decida ejercitar su albedrío.
Definitivamente me uno a los grandes insatisfechos, a los que reniegan de la mediocridad, a los que rechazan el conformismo y la apatía, a los que piensan y actúan en grande, a los optimistas, y  a los que, aún conscientes de sus debilidades, confían y luchan por una vida mejor, por un año colmado de paz, amor, salud, armonía, unión, felicidad y prosperidad para todos.  ¿Y usted?...
Iniciar un año como si nada, es una enorme irresponsabilidad, pues un año de vida es un regalo muy grande como para desperdiciarlo. El inicio de un nuevo año es el momento para reunir las fuerzas y toda la ilusión para comenzar el mejor tiempo de la vida, porque el que se proponga convertir este en su mejor año, lo puede lograr.
Desde que vi la película Titanic quedaron marcadas en mi memoria las escenas en donde un grupo de músicos, a pesar de estar tan cercana la muerte, deciden hacerle agradable a mucha gente sus últimos momentos al continuar interpretando juntos una melodía, mientras que, por otro lado, el novio rico no tiene reparos en usar cualquier medio con tal de salvarse, aún sabiendo que así otros perdían su vida.
Esto lo relaciono con nuestra responsabilidad como ciudadanos, pues todos, y especialmente quienes tienen unos deberes sociales, estamos llamados a promover el lado positivo  de la sociedad, debiéndonos preguntar ¿qué podemos hacer para convertirnos en ciudadanos solidarios en vez de individuos egoístas, consumidos por nuestros propios intereses? Lógicamente responder a la pregunta acerca de la dimensión solidaria de la ciudadanía no parece una cuestión fácil. Ello no es nada extraño pues, en el fondo, la ciudadanía difícilmente se puede considerar como un hecho natural, siendo más bien una construcción social.
Empero, se puede decir que la ciudadanía es, antes que cualquier otro asunto, el esfuerzo por superar el aislamiento rústico para promover la comunicación de la civilidad; es decir, lo propio del ciudadano es un cierto tipo de comportamiento que evoca la idea de decoro, cortesía o urbanidad, contra las actitudes inciviles.
Implica, a la vez, una decisión de humanismo con los demás, manteniendo una actitud de ayuda, que comienza en el respeto y la comprensión por encima de las diferencias no sólo de grupos de pertenencia, sino, también, de condiciones personales las cuales abren la posibilidad para llegar a alcanzar altos niveles de empatía con cualquiera de los miembros de nuestra sociedad.
También ciudadanía solidaria significa responsabilidad en el cumplimiento de los deberes personales que incluyen, primeramente, los de tipo familiar, profesional y social, con plena conciencia de que los derechos no están separados de los deberes, pues, en última instancia, no pueden promoverse buenos ciudadanos mientras no se haga notar que la mayor parte de los derechos y libertades están relacionados con el nivel de deberes que los ciudadanos asumen para sí mismos.
Naturalmente, los deberes de los ciudadanos son en parte iguales y en parte distintos. Por ejemplo, todos estamos llamados a obedecer a las leyes justas. Todos estamos convocados a trabajar, teniendo en cuenta el bien del país. Pero quienes están en una posición social o económica destacada, han de ser conscientes de sus especiales deberes de ejemplaridad y de su compromiso en hacer posible el pleno empleo de sus responsabilidades con el fin de que mejoren las condiciones de vida de todos los ciudadanos.
No es que la ciudadanía solidaria convierta en iguales a todos, pero implica el reconocimiento de una igual dignidad sustancial, cuya traducción jurídica consiste en el respeto a la Declaración Universal de Derechos de los Humanos. Como lo señala el doctor en Filosofía, Jorge Seibold, “los derechos no dejan de ser un ideal rico en valores que es preciso conquistar continuamente para hacerlos plenamente reales, de lo contrario se pierden. Por eso la formación en los derechos y también en los deberes no es solamente una enseñanza de contenidos que solo es preciso conocer, sino también de prácticas para que sean vividos y conquistados por la ciudadanía para el bien común”.
Sencillamente, ciudadanía solidaria es repensar nuestros desafíos a la innovación democrática, tomar en cuenta los nuevos actores sociales, las nuevas problemáticas y las nuevas posibilidades de participación para abrir los horizontes de una Costa Rica más próspera, equitativa, plural y humana.
Desde que vi la película Titanic quedaron marcadas en mi memoria las escenas en donde un grupo de músicos, a pesar de estar tan cercana la muerte, deciden hacerle agradable a mucha gente sus últimos momentos al continuar interpretando juntos una melodía, mientras que, por otro lado, el novio rico no tiene reparos en usar cualquier medio con tal de salvarse, aún sabiendo que así otros perdían su vida.
El recordatorio del nacimiento de Jesús es testimonio vivo de que el amor de Dios es fuerza de vida. Ello debería ser razón suficiente para buscar nuestro propio nacimiento mediante la conversión de nuestros pensamientos y nuestras acciones, con el fin de hacer más fraterno, íntegro y dignificante el accionar social de nuestra Patria.
Ciertamente a todos, como deber humano, se nos exige la solidaridad, el respeto, la generosidad y la justicia con los demás. Nuestro vecino, quien comparte el mismo suelo, y lo cobija el mismo cielo, es también nuestra familia.
Bien valdría, entonces, que en este simbólico tiempo navideño volviéramos nuestras miradas al Supremo para orar por todos nosotros, por nuestros familiares, por nuestros hijos, por todas las almas que integran este nuestro mundo, por la eterna fortaleza de nuestra fe y por la luz de nuestro entendimiento.
Por la tranquilidad social de nuestro planeta, por el bienestar de nuestra infancia, por los alcohólicos, por los drogadictos, por las mujeres agredidas, por los encarcelados, por los ancianos y por los inmigrantes.
Por los que han partido de este mundo, por los damnificados, por los que sufren intolerancia, por los niños prostituidos, por los que hoy yacen en un hospital, por los que hoy viven en un asilo y por los huérfanos.
Por las víctimas de las guerras, por los guías espirituales, por los gobernantes, por los marginados, por los indigentes, por los hogares disfuncionales, por los que carecen de un techo digno, por los que son despreciados, por el discernimiento de nuestros jóvenes y por las  personas con discapacidad.
Por los que padecen hambre, por los que no tienen abrigo, por los que viven en desesperanza, por los que están cegados de poder, por los que carecen de hermandad, por los que han hecho del dinero su Dios, por los que viven presos de sus egoísmos, por la humildad de nuestras acciones, por nuestros hermanos extranjeros, por los afligidos, por el progreso de nuestra Patria, por la paz de nuestro planeta y por el bien de toda la humanidad.
Por nuestros temores, fracasos, triunfos, por nuestras debilidades, fortalezas, caídas, por nuestros propios renacimientos, simplemente, por el hecho de estar vivos y tener la gran oportunidad de seguir redescubriendo y perfeccionando nuestras existencias. Por eso, si cumpliéramos, realmente, aquello de que “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, con seguridad, este país, y este mundo, serían mejores lugares de convivencia fraterna.
En este sentido, tratemos de tener siempre presentes aquellas certeras palabras de la Madre Teresa  de Calcuta: “La vida sin amor, no vale nada. La justicia sin amor, te hace duro. La inteligencia sin amor, te hace cruel.  La religión sin amor, te hace inquisidor.  La fe sin amor, te hace fanático.  Por eso, vive con amor, amor a la vida, a la naturaleza, al prójimo..., al que es diferente a ti; al que piensa diferente a ti; al que vive diferente a ti”.
Por lo tanto, no desaprovechemos esta oportunidad de reflexión y cambio que nos dan estos días navideños para empezar a abocarnos al pronto nacimiento de nuestra sociedad, y la de nuestros propios espíritus, mediante el cumplimiento de ese  mensaje de justicia, esperanza, paz y fraternidad que, aquel Niño del amor, sembró en la tierra para que fuera cultivado, disfrutado y compartido, plenamente, por todos nosotros.
El recordatorio del nacimiento de Jesús es testimonio vivo de que el amor de Dios es fuerza de vida. Ello debería ser razón suficiente para buscar nuestro propio nacimiento mediante la conversión de nuestros pensamientos y nuestras acciones, con el fin de hacer más fraterno, íntegro y dignificante el accionar social de nuestra Patria.

Tiempo de actuar y de contribuir

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Hace unos días me relataba una de mis estudiantes que cuando ella era niña  la persona a quien más admiraba era su hermano Marcos porque pensaba que era perfecto. Sin embargo, un día todo cambió. Sus padres recibieron una llamada del colegio por parte del director solicitándoles su presencia pues su hermano, durante la clase, había incendiado un basurero.
Con ese acontecimiento empezó una dura y larga batalla para su familia. Llevaron a Marcos al psiquiatra, y después de muchas pruebas, lo diagnosticaron con una enfermedad mental: la esquizofrenia.
Según relata mi alumna, ella llegó a estar furiosa con Marcos porque ya no era la persona a quien más admiraba. Durante el colegio su hermano sacaba las mejores notas, sin embargo, ahora no era capaz ni siquiera de terminar un semestre en la universidad. No podía conseguir un trabajo, no era capaz de pagar un alquiler, no lograba mantener una amistad -menos una relación amorosa-, no establecía una comunicación sana con su familia y no tenía ninguna ambición en su vida, salvo sumergirse en un mundo oscuro y extraño. Ella, sencillamente, lo odiaba por ser diferente.
No obstante, después de haber estado inmersa en ese particular universo, ella comenzó a comprender el padecimiento de su hermano. Hoy, ella manifiesta su malestar por haber esperado tantos años para aceptar que la enfermedad no era culpa de él. Por eso, se propuso aprender más sobre dicho padecimiento para poder informarse, y para informar y educar a otras personas quienes suelen estigmatizar, prejuzgar y discriminar a los esquizofrénicos como ella hacía, que ellos son también humanos con grandes virtudes y habilidades.
De hecho recordemos que el esquizofrénico John Nash fue un genio matemático de los años cincuenta, su disertación acerca de la economía, la cual escribió a los veintiún años cuando ya estaba sufriendo mucho por la esquizofrenia, ganó el Premio Nobel en mil novecientos noventa y cuatro. Hoy John Forbes Nash es profesor e investigador de la Universidad de Princeton donde continúa trabajando sobre las teorías de juegos y geometría diferencial.
Actualmente mi estudiante pasa más tiempo con su hermano para comprender más su personalidad, sin la expectativa de que él debe ser el hermano perfecto de su niñez. Ella trata de ser una persona más paciente, tolerante, informada, y poseer una mayor empatía hacia Marcos y todas las personas con enfermedades similares, pues ha comprendido que el entorno familiar debe procurar un ambiente tranquilo y esta vigilante de la adecuada medicación para evitar cualquier  riesgo de alteración en estas personas con un comportamiento diferente al común.
Este es tan sólo un pequeño ejemplo, de tantos otros casos, de personas quienes sufren una discriminación familiar y social debido a la ignorancia, insensibilidad o apatía generada por parte de la sociedad hacia quienes padecen este u otro tipo de enfermedad tabú como lo es, por ejemplo, también el SIDA.
Bajo esta perspectiva, qué bien haríamos nosotros al emular este comportamiento siendo más tolerantes, respetuosos y solidarios con aquellas personas quienes, por ejemplo, poseen una actitud, postura, característica física o emocional, inteligencia o estilo de vida diferentes; porque, a todas luces, la discriminación, los prejuicios y la indiferencia son detonantes de esa gran guerra social que constituye la deshumanización.
Ser diferente no es un delito, por eso lo más racional y humano es que aprendamos a respetar y valorar las diferencias, ya lo decía acertadamente la Beata Teresa de Calcuta: “Ama al que es diferente a ti, al que piensa diferente a ti, al que vive diferente a ti, al que siente diferente a ti; porque el mayor pecado es la intolerancia”.
Hace unos días me relataba una de mis estudiantes que cuando ella era niña  la persona a quien más admiraba era su hermano Marcos porque pensaba que era perfecto. Sin embargo, un día todo cambió. Sus padres recibieron una llamada del colegio por parte del director solicitándoles su presencia pues su hermano, durante la clase, había incendiado un basurero.
Cuando se habla de vejez, no es extraño que muchas personas relacionen este tiempo con aspectos negativos como achaques, inutilidad, falta de productividad o cansancio; pareciera como si la sociedad se empeñara en evitarla, como si nadie deseara llegar a esta condición y más bien colocar en un sitial de honor una marcada ansiedad por ser joven.
¡Qué lamentable actitud representa esto! Pues es menospreciar el respeto y la dignidad que debemos tener ante la experiencia, conocimientos y valores que los años nos han brindado.
Debemos tener claro que hablar de la vejez es referirse a una palabra que implica sabiduría, el buen consejo de quienes han vivido más que nosotros, de experiencias, consejos y anécdotas que, a la postre, nos pueden servir de enseñanza para hacer de nuestra vida un tiempo más agradable y productivo, tal y como se hacía en la Antigua Grecia o en muchas de las sociedades asiáticas actuales en donde se ve al anciano como un ejemplo por emular y con un gran poder de influir en las grandes decisiones de los pueblos.
Por eso resulta incongruente que pese a la importancia que representa el ser una persona adulta mayor  y a las leyes existentes para su protección, persistan tantos estereotipos, prejuicios, tanta discriminación y tanto rechazo para quienes integran esta parte de la población. Basta escuchar el testimonio de algunos de ellos al comentar que en sus familias ya no se le consideraba como parte importante del hogar.
¿Nos agradaría que nos trataran así a quienes aún somos jóvenes? ¿Nos gustaría tratar así a aquellos adultos mayores quienes se encuentran a nuestro alrededor?...
Sin duda, en este tema, debemos visualizar hacia un futuro, pues si queremos envejecer con dignidad y que se nos trate como tal, debemos también respetar a quienes están ya en esta etapa de la vida.
Recordemos que muchos de los adultos mayores fueron, y lo siguen siendo, los forjadores de una cultura caracterizada por la solidaridad, el esfuerzo, la perseverancia, la honradez y la justicia. Despreciarlos a ellos es, también, ignorar una historia la cual incorporó, y continúa incorporando, la sabiduría de la tercera edad a la sociedad como núcleo esencial de su desarrollo.
De ahí que reconocer constantemente la importancia del adulto mayor en la sociedad, en la familia,  en este mes dedicado a ellos, es reafirmar e impulsar su autoestima y ofrecerle un nuevo significado a su existencia para prolongar sueños y esperanzas dentro de un contexto el cual les garantice una vida con calidad física, espiritual y mental más allá de centrarse solamente en los años.
Como lo expresaba el escritor portugués José Saramago: “Tengo la edad que quiero y siento. La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso y hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o a lo desconocido... Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos. ¡Qué importa cuántos años tengo! Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte. ¿Qué cuantos años tengo? No necesito con un número marcar, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones truncadas, ¡valen mucho más que eso!
Cuando se habla de vejez, no es extraño que muchas personas relacionen este tiempo con aspectos negativos como achaques, inutilidad, falta de productividad o cansancio; pareciera como si la sociedad se empeñara en evitarla, como si nadie deseara llegar a esta condición y más bien colocar en un sitial de honor una marcada ansiedad por ser joven.
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