Carlos Díaz Chavarría

Carlos Díaz Chavarría

“Está viva en mi recuerdo como una humilde persona que dedicó su existencia al servicio de los más pobres entre los pobres, siempre llena de una energía espiritual inagotable”. Estas fueron algunas de las frases que el Papa Juan Pablo Segundo le dedicara a la Beata Madre Teresa de Calcuta en ocasión de su fallecimiento.

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Aunque los negros fueron traídos primeramente a Costa Rica durante el tráfico esclavo colonial para cumplir labores domésticas, o como trabajadores en la construcción de la línea de ferrocarril que comunicaría a San José con el naciente Puerto Limón, una vez adquirida su emancipación, la inmigración de los negros empezó a ser permanente, y lo suficientemente valiosa, como para que ellos dejaran las huellas de su sangre, su trabajo y costumbres en la identidad costarricense.
De ahí que, sin duda alguna, la comunidad afro caribeña ha enriquecido, muchísimo, el heterogéneo panorama cultural de nuestra tierra.
Sus típicas viviendas de madera sobre postes, sus característicos cánticos colmados de religiosidad, su ritmo palpitando en la sangre sus costumbres rebosantes de tradición y prácticas rituales.
Su vestimenta desbordante de color y belleza, su lenguaje ejemplo vivo de unidad étnica y cultural, su maravillosa gastronomía, sus emblemáticos espacios geográficos, y su destacado aporte político, deportivo y literario, han sido los artífices para que la población negra  pueda llegar a sentirse, con absoluto derecho, orgullosa del  positivo aporte desplegado en el devenir histórico costarricense.
Acertadamente la poetisa costarricense Delia Mc Donald evidencia este honor de ser parte de la cultura negra cuando expresa: “Nací negra, y, como el birimbao, soy leyenda... Soy una mujer negra, tan fuerte como un cedro, tan fuerte como el sol, pero aún más, soy el mar y habré de escribir mi nombre en las arenas interminables, por siempre, siempre”.
Un orgullo que debería ser conocido, disfrutado y difundido por todos los que habitamos esta Nación. Porque si existe algún aspecto del que nos debemos sentir realmente satisfechos, es de esa valiosa contribución cultural recibida por las diferentes etnias que, como la afro caribeña,  cohabitan en nuestro País.
Ante esta consigna, cada treinta y uno de agosto, asignado así vía Decreto durante el gobierno de don Rodrigo Carazo Odio, y por iniciativa del Sindicato de Educadores Costarricenses, se celebra en nuestro país el Día del Negro y la Cultura Afrocostarricense, como un reconocimiento, y una muestra de gratitud, por todo ese aporte que la cultura afro caribeña le ha otorgado a Costa Rica.
Además, como un significativo recordatorio de la  necesidad de ser, día tras día, más tolerantes ante la diversidad cultural que nos caracteriza, mediante una lucha abierta y urgente contra las exclusiones y los prejuicios étnicos que, lamentablemente, todavía hoy persisten, pues solamente en una sociedad democrática basada en la participación y en la búsqueda de niveles cada vez altos de igualdad en la valoración de las diferencias, se puede esperar una liberación contra las discriminaciones.
De ahí que comprender, valorar y sentirnos orgullosos de estas huellas afro caribeñas es, también, reconocer e incrementar la riqueza de nuestra identidad; ya que, como expresara el activista Leonardo Boff: “Si no soy negro por raza, puedo ser negro por opción política, quiero decir, que sin ser negro puedo asumir la causa de libertad de los negros, defender el derecho de sus luchas, reforzar su organización y sentirme aliado en la construcción de un tipo de sociedad que vuelva cada vez más imposible la discriminación racial y la opresión social, que vea como riqueza la diferencia y la acoja como complemento”.
Sea este comentario un homenaje para nuestras hermanas negras y nuestros hermanos negros, a esa valiosa cultura afro- costarricense, quien   gracias a su entereza y esencia, ha logrado darle más vida, riqueza espiritual y alma a la idiosincrasia costarricense, al revalorizar y enaltecer, de una positiva manera, las raíces histórico-culturales de nuestro pueblo.
Aunque los negros fueron traídos primeramente a Costa Rica durante el tráfico esclavo colonial para cumplir labores domésticas, o como trabajadores en la construcción de la línea de ferrocarril que comunicaría a San José con el naciente Puerto Limón, una vez adquirida su emancipación, la inmigración de los negros empezó a ser permanente, y lo suficientemente valiosa, como para que ellos dejaran las huellas de su sangre, su trabajo y costumbres en la identidad costarricense.
Si existe un aspecto que está caracterizando la época actual, son los vertiginosos cambios tecnológicos que se están generando en diferentes ámbitos del acontecer nacional e internacional. Ahora bien, ninguna disciplina del quehacer humano se ha visto más impactada por tales transformaciones que el sector educativo mediante la educación virtual.

Según la Ley número siete mil seiscientos, del 29 de mayo de 1996, “todas las instituciones públicas, privadas y gobiernos locales, son responsables de garantizarles, a las personas con discapacidad, el ejercicio de sus derechos y deberes en igualdad de oportunidades”.

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Ciertamente de los grupos sociales primarios, es decir, la familia y los amigos, el ambiente familiar es el más influyente, por tanto, si en esta época de significativos cambios y propuestas sociales se fomenta una especial manera la unión familiar, no estaría de más que, realmente, se replanteara el papel que la familia ostenta, o debería ostentar,  en nuestra sociedad.
Pues frente a los perfiles relativamente estereotipados de los modelos tradicionales, no se puede obviar que gran parte de los incipientes modelos familiares de los que hablan los sociólogos se caracterizan por la búsqueda de la adaptación a las nuevas condiciones sociales, a los nuevos roles del hombre y de la mujer y al creciente protagonismo de los hijos que se desarrollan, cada vez más, exigiendo autonomía.
Unos hijos quienes están dispuestos a llevar esa autonomía a la práctica en el modo de vivir con sus pares, en los estudios, en el trabajo, pero que, desde nuestra perspectiva latinoamericana, siempre comprenden que su hogar, su ámbito familiar de origen, el de sus padres, seguirá siendo el suyo hasta bien decidir crear su propio espacio.
Entonces si en nuestro país se le da tanto valor a la familia, esta se debería tratar de una familia con buena comunicación entre padres e hijos, o los otros integrantes de esta; con capacidad de transmitir sana y libremente puntos de vista y creencias; en donde impere el respeto; que sea abierta a la escucha y a los cambios; y en donde las opiniones de cada miembro sean particularmente tomadas en cuenta.
Lógicamente, aún si se tiene por cierto todo lo anterior, no deja de ser una familia exenta de desavenencias, a veces graves, fruto básicamente de situaciones nuevas en los también nuevos roles de sus integrantes. Ahí se encuentra, precisamente, la necesidad de reformularse actitudes y valores, pues en este renovado modelo familiar las responsabilidades de cada uno deberían estar en revisión continua.
En este sentido nos enfrentamos a la fundación de una familia de la “negociación”, de la búsqueda de consensos, del fomento de la tolerancia y la empatía, y del desarrollo del diálogo en procura del bien común entre los respectivos integrantes.
De ahí la de la necesidad de ir creando una nueva cultura familiar cuyos integrantes interioricen, y pongan en práctica, una convivencia sana mediante el cultivo de valores como el respeto,  la honradez, el compromiso, la paz, la armonía y la lealtad,  pues es muy sencillo decir que la familia es el elemento central de la sociedad, es muy fácil llamarse padre, madre o hijo, pero es muy difícil hacer efectivas tal consignas.
Por ello,  ¿acaso no sería más pertinente y lógico, en estas épocas de evidentes cambios sociales, que nos diéramos la oportunidad de establecer una revaloración de nuestro ámbito familiar?..., finalmente es allí en donde la mayoría de personas comienza sus primeros pasos de socialización para lograr insertarse y adaptarse, armoniosa y autónomamente, a las exigencias de la sociedad actual y del futuro.
La familia es, sencillamente, el lugar en donde nacemos, nos criamos, nos educamos y hasta morimos; en donde la libertad, la autonomía, la identidad y el amor florecen; y en donde se nos presenta la oportunidad de ser mejores humanos. Por tanto bien valdría la pena que tengamos en cuenta las palabras de Su Santidad Juan Pablo Segundo: “El futuro depende, en gran parte, de la familia; lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz y un presente de justicia”.
Ciertamente de los grupos sociales primarios, es decir, la familia y los amigos, el ambiente familiar es el más influyente, por tanto, si en esta época de significativos cambios y propuestas sociales se fomenta una especial manera la unión familiar, no estaría de más que, realmente, se replanteara el papel que la familia ostenta, o debería ostentar,  en nuestra sociedad.
Para nadie es un secreto, o por lo menos para la mayoría, darse cuenta de que estamos viviendo en la era del conocimiento. Entre mejor informados estemos, entre mejor podamos ser analíticos de nuestro entorno, entre más tomemos posiciones reflexivas ante las problemáticas que se nos presenten, mejor preparados estaremos para enfrentar exitosamente esta sociedad tan convulsa y competitiva.
Pero ¿realmente nos estamos preocupando por lograr estándares eficaces de conocimiento?, ¿acaso el ambiente en que nos desenvolvemos nos está permitiendo develar esa ceguera intelectual que tanto está agobiando a la población?, ¿estarán siendo nuestros ámbitos educativos espacios propicios para el fomento de habilidades cognitivas como el análisis, la interpretación, la evaluación o autorregulación?...
Ciertamente muchas veces la sociedad se enfoca más en resolver conflictos de índole físico, como por ejemplo las ya conocidas crisis económicas, sin embargo los aspectos intelectuales, esas crisis de conocimiento tan abundantes en nuestro entorno, se dejan de lado.
Y no es que no existan maneras para erradicar esta carencia o apatía al conocimiento porque sí las hay, y una realmente efectiva es la lectura.
Porque con respecto a la lectura es realmente preocupante que muchas personas, por apatía intelectual, no hayan comprendido a cabalidad, o no lo quieran hacer, que leer es una de las habilidades intelectuales más asequibles, sencillas y productivas.
¿Cuántas de las personas quienes conocemos, o nosotros mismos, realmente le dedicamos tiempo a la lectura?... Y no hablo de leer solamente el horóscopo, la sección deportiva, los espectáculos o las caricaturas, sino de ejercer un proceso analítico de aquellas secciones cuyo propósito es generar una criticidad en el lector como los editoriales, o fomentar la información para una toma de criterio de lo presentado.
Tampoco se trata de leer de una manera superficial, sin ir más allá, sin buscar aquellas premisas que sustenten la tesis del escritor, sin generar un proceso de evaluación de lo leído, o, aún peor, sin determinar cuál es el proceso de autorregulación generado a partir del texto. Se trata de ver en la lectura una de las herramientas más eficaces, racionales y libres para incorporarse con mayor éxito en esta sociedad del conocimiento.
Efectivamente la lectura es el camino hacia el conocimiento y la libertad, pues implica la participación activa de la mente y contribuye al desarrollo de la imaginación, la creatividad, el análisis y la concentración; enriquece tanto la expresión oral como escrita, elementos básicos para la incorporación efectiva al mundo académico o profesional; y, a la vez, puede hacer gozar, entretiene y distrae.
Ante este panorama, el fomentar un hábito por la lectura, en especial por parte de quienes tenemos el gran privilegio de ser formadores, va más allá de incentivar un pasatiempo digno de elogio; es, a todas luces, solidificar el presente de nuestras acciones y garantizar el conocimiento futuro de las nuevas generaciones en la búsqueda de un mundo más justo, preparado, inteligente, analítico y humanista.
Porque la lectura marca, ciertamente, la diferencia entre la ignorancia y el saber; entre la luz y la sombra; entre la libertad y el sometimiento; entre la esperanza y la desesperanza; por eso ojalá que sigan muchos lectores decididos a hacer de la lectura una máxima de vida.
Solamente así se logrará descubrir que la lectura, más que una obligación, constituye un verdadero placer y, dentro de esta inminente era del conocimiento, una rotunda fuente de aprendizaje, liberación e identidad. Tal y como lo señalaba Santa Teresa de Jesús: “Lee y conducirás; no leas y serás conducido”.
Para nadie es un secreto, o por lo menos para la mayoría, darse cuenta de que estamos viviendo en la era del conocimiento. Entre mejor informados estemos, entre mejor podamos ser analíticos de nuestro entorno, entre más tomemos posiciones reflexivas ante las problemáticas que se nos presenten, mejor preparados estaremos para enfrentar exitosamente esta sociedad tan convulsa y competitiva.

“Las manos de mi madre parecen pájaros en el aire cuando amasa la vida...; todo se vuelve fiesta cuando ellas juegan con los pájaros, junto a los pájaros que aman la vida y la construyen con sus trabajos: lo cotidiano se vuelve mágico... Las manos de mi madre me representan un cielo abierto, un recuerdo añorado, trapos calientes en los inviernos..., ellas se brindan cálidas, nobles, sinceras, limpias de todo...; lo cotidiano se vuelve mágico...”; simbólicos y emotivos versos con los que la recordada soberana del folclore latinoamericano,  Mercedes Sosa, le cantaba a las madres.

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