Miércoles, 27 Marzo 2013 07:39

Amo la Semana Santa de nuestros pueblos tradicionales…

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Si me ponen a escoger una época del año, yo escojo la Semana Santa. Ciertamente, las costumbres hacen de la Semana Santa la menos santa de las semanas.

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Es una semana tomada para las vacaciones y las guareras, pero no por todos. Si uno va por los pueblos de Cartago y de Heredia, se encuentra la Semana Santa que me gusta, con procesiones vividas, donde muchas veces aparece un Jesús personificado por algún actor de pueblo o un actor profesional; con María a su lado, con María Magdalena, esa enigmática mujer que también acompañó a Jesús… Me encanta el enigma de la mujer que le da agua, La Samaritana, y el encuentro que tienen. Me encanta el misterio de la mujer que se deja el rostro de Jesús en un paño, la Verónica. Me gusta el personaje de El Cirineo, que le ayuda a Jesús a llevar la cruz; y la de El Centurión, que mide el féretro de Jesús, arrepentido… Me encantan las dramatizaciones del juicio de Pilatos, quien se lavó las manos; el perdón de Barrabás; las dramatizaciones de la Última Cena, y de cómo Jesús le lava los pies a sus discípulos… Me encanta ver el fervor del pueblo costarricense, cómo caminan detrás de las imágenes, en medio de los tambores, por las calles. Me encanta el recogimiento en los pueblos, sobre todo de Cartago y Heredia, lo que uno puede percibir en Pacayas, Llano Grande, Cervantes, Tierra Blanca, San Rafael de Oreamuno, San Joaquín de Flores, la Zona de los Santos o las ciudades cabeceras de Heredia y Cartago, las más conservadoras del país. También me gusta que ahora haya una serie de celebraciones en San José, y que la capital dejara de ser un desierto de cemento para Jueves Santo y Viernes Santo. Que haya teatro en las calles, en medio de la fe y el rigor, es algo que respeto profundamente y que me llega al corazón. Y que los pueblos se organicen y monten santos monumentos, bellísimos escenarios dentro de los templos, es algo muy bonito. Hay tantas enseñanzas en la Semana Santa. Jesús entra victorioso el Domingo de Ramos. Quienes lo ovacionan, mandan a matarlo sólo unos días después. Así es la vida. Perdonan al delincuente y condenan al rey de los judíos. Condenan al hombre bueno, que caminó sobre las aguas, le dio vista al ciego y defendió a la mujer adúltera. Así es la justicia de los hombres. La Semana Santa está llena de símbolos y en nuestros pueblos, cada quien le pone su sazón a la fe. Por ejemplo, en Cot de Oreamuno, a la imagen de El Nazareno le atan cientos de cintas, con peticiones de la gente. En Cervantes de Alvarado, Nago Castillo era El Cirineo y Nago Ramírez era el eterno actor que personificaba a El Centurión. Cuando se daba cuenta que aquel muerto que llevaban era el hijo de Dios, muy serio decía, “he visto las piedras hablar”. Aquello de que las piedras hablaran porque ha muerto el Hijo de Dios fue mi primer encuentro con el realismo mágico, en mi niñez de hace tres décadas, en Cervantes. Amo la Semana Santa que me sabe al maíz crudo que prepara la Tía Ligia, al bizcocho y el chiverre que cocina la tía Cari, a la sopa de bacalao de Tía Teresa… Esta es la Semana Santa de mi niñez, la Semana Santa que todavía llevo conmigo, la Semana Santa que amo y que vivo.  

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